Nos cruzamos al borde de un día gastado,
la tarde moría en tonos de ocre y carbón,
y el tiempo, ese sabio que nunca ha fallado,
jugaba en silencio su última canción.
Tus ojos traían promesas vencidas,
huellas de historias que nadie contó,
y en mi pecho latían heridas perdidas,
cicatrices viejas que el alma guardó.
No dijimos nada, sobró la palabra,
el aire sabía a un adiós sin razón,
y aunque el reloj nos robaba la calma,
nos quedó el suspiro de esa ocasión.
Fue un roce furtivo, breve como el viento,
una tregua oculta en medio del mar,
dos almas que, al filo del mismo momento,
quisieron amarse sin preguntar.
No hubo tiempo para ritos ni besos,
ni promesas dulces que alarguen la flor;
fue el pacto invisible de dos universos
que chocan de frente sin rencor.
Y así, en el umbral de un destino distante,
cada quien volvió a su propio lugar,
llevando por siempre ese instante brillante
como un secreto que nadie ha de hallar.