En Montargis se alzaron las torres del pasado,
sus muros son memoria de un tiempo inexorable.
El eco de sus salas, por el viento arrastrado,
susurra en las almenas un canto inagotable.
Las piedras, enlutadas por siglos de abandono,
dibujan en el cielo su silueta sombría.
Cual místicos guardianes, las sombras en su trono
vigilan los secretos que el castillo escondía.
Sus fosos, que el silencio colmó de aguas dormidas,
reflejan los fragmentos de lunas desoladas.
Son lágrimas antiguas de historias malheridas,
espejos de batallas y noches olvidadas.
El alba se despide rozando su estructura,
un manto de penumbra lo envuelve con su duelo.
Las grietas en sus muros, herida y arquitectura,
se abren como libros que apuntan hacia el cielo.
Oh, Montargis eterno, castillo inexorable,
tu espíritu palpita en el polvo detenido.
Eres la voz del tiempo, un poema inmutable,
un faro entre las ruinas que grita en el olvido.