En las cumbres donde el viento
teje cantos de cristal,
un charango va surcando
las estrellas y el trigal.
Manos sabias, manos viejas,
de la puna y el laurel,
despiertan notas dormidas
en la entraña del ayer.
Cada cuerda es un suspiro
de la tierra y su dolor,
de las almas que en la niebla
bordan sueños con su amor.
Tiembla el aire en su lamento,
dulce canto de quena y sol,
y en la altura el alma vuela
como un cóndor soñador.
Ay, charango, fiel testigo
de nostalgias y de paz,
canta, canta a los caminos
de la sierra y su verdad.
Porque en cada arpegio tierno
la montaña sabe bien,
que un charanguista andino
canta siempre... por su bien.