Al alba, cuando el mundo apenas despierta,
un eco de oro se alza en el aire,
suave caricia que rompe el silencio,
un turpial canta, y todo respira.
Su pecho, fuego entre ramas verdes,
es un sol que no teme la sombra,
y su canto, un hilo invisible,
teje la mañana con hilos de luz.
No canta por gloria,
ni por el peso de la memoria;
canta porque el aire lo llama,
porque el día le abre su corazón.
Cada nota es un grito de vida,
un recordatorio de lo simple y puro,
del gozo que habita lo efímero,
de la belleza que no pide nada.
El turpial canta,
y en su canto somos libres,
somos viento, somos cielo,
somos el instante que nunca se pierde.