Perdí la luz dorada de tu risa,
se apaga su fulgor en mi memoria;
se quiebra de mi pecho la escoria
de un sueño que el dolor tornó ceniza.
Tu voz, que fue mi guía y mi premisa,
hoy suena en el ayer como una historia,
lejano espejismo sin victoria
que el viento de la duda descuartiza.
Y quedo prisionero de un lamento,
siguiendo los senderos del vacío,
sin alas ni esperanza en mi tormento.
Tan solo el eco triste es mi rocío,
y el alma, fatigada por el viento,
se muere entre la bruma del hastío.