De la penumbra surgió el eco,
el verbo desnudo, sin tiempo ni dueño,
un latido en el abismo,
un grito que incendia la bruma del silencio.
Ecce verbum:
la palabra primera,
la semilla en la tierra negra,
el puente entre el todo y la nada,
entre la piel del cosmos y el alma de la eternidad.
Danza en espirales,
se hace carne,
luz quebrada en mil espejos,
y en su vibración nacen mundos:
el agua que canta,
el fuego que alza su espada,
el viento que traza caminos en los huesos del polvo.
Ecce verbum,
morada del alma inquieta,
que brota de labios mortales
y corona lo infinito con un susurro.
Aquí está,
tan frágil y tan eterno,
el verbo que nos nombra
y nos devuelve al origen.