Desde la cima de la ciudad abandonada,
donde las ruinas se encuentran con el cielo,
miro hacia abajo y veo la historia,
un laberinto de piedras y recuerdos.
La ciudad está vacía, pero no silenciosa,
pues en sus calles y plazas resuenan
las voces de los que la construyeron,
los que la habitaron y los que la abandonaron.
Me pregunto qué buscaban en este lugar,
qué sueños y qué ilusiones los llevaron
a construir una ciudad en la cima del mundo,
donde el viento y la lluvia son los únicos habitantes.
¿Eran buscadores de oro y riquezas?
¿Eran guerreros y conquistadores?
¿O eran simplemente personas que buscaban
un lugar para vivir y amar?
Miro hacia abajo y veo la ciudad,
un rompecabezas de piedras y recuerdos,
y me pregunto qué queda de aquella época,
qué queda de la pasión y la ilusión.
La ciudad está vacía, pero no muerta,
pues en sus calles y plazas late
un corazón que late con la historia,
un corazón que late con la memoria.
Y yo, desde la cima de la ciudad abandonada,
siento que late ese corazón en mí,
siento que la historia y la memoria
me llaman a seguir adelante.