Cuando los rayos de tu faz divina
Iluminan mi ser con su fulgor,
Cual flor que al sol su cáliz inclina,
Mi alma se abre al sublime esplendor.
En la dulce mirada de tus ojos,
Que el cielo mismo parecen reflejar,
Hallo el bálsamo que calma mis enojos
Y el más preciado don que puedo ansiar.
Tus labios, cual rubíes que deslumbran,
Destilan néctar que mi sed apaga,
Y en tu sonrisa, los cielos se deslumbran,
Pues de tu gracia el mundo se embriaga.
Oh, bella dama, de virtud radiante,
Eres mi dicha, mi tesoro y mi amante.