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Qué difícil ser preso
a los ojos del mundo,
donde las rejas se dibujan
en los reflejos de otros.
Allí, en la calle,
hay quienes llevan cadenas invisibles,
y en sus casas,
se creen dueños del viento.
Pero al menos lo mío
es cuestión de tiempo.
El tiempo,
ese carcelero que no negocia,
que mide en segundos
lo que otros llaman libertad.
Ellos, los que caminan sueltos,
presos de un miedo que no admiten,
encerrados en paredes de rutina,
custodiados por la sombra del “mañana”.
Yo espero.
Espero sin mentirme,
porque sé que la celda es momentánea,
y lo que me ata
algún día será recuerdo.
Ellos no saben
que la peor prisión
es la que no puedes ver.