Si tan sólo tuviera el control de este corazón mío,
Lo mantendría a salvo de todo sufrimiento y desasosiego.
Lo resguardaría de las flechas del amor y el dolor,
Para evitar que se vea consumido por el fuego.
Encerraría este corazón en una fortaleza inquebrantable,
Donde nada ni nadie pudieran herirlo o quebrantarlo.
Lo protegería con muros de acero y escudos inquebrantables,
Negándole el acceso a todo aquello que pueda dañarlo.
Convertiría a este corazón en una ciudadela inexpugnable,
Donde reinara la calma, la serenidad y la seguridad.
Ajeno a los caprichos del destino y los embates del mundo,
Viviendo en una burbuja de perfecta tranquilidad.
Ya no tendría que temer a los amores tormentosos,
Ni a la pérdida, la traición o el desengaño cruel.
Sería un corazón blindado, impenetrable e inmune,
A todo aquello que pudiera sumirlo en la pena y la hiel.
Pero entonces, ¿qué sería de mí, sin las alegrías y dolores
Que dan sentido y color a esta existencia efímera?
¿Acaso no es el riesgo y la vulnerabilidad el precio
Que debemos pagar por vivir una vida plena y verdadera?
Quizás sea mejor aceptar los embates del corazón,
Y enfrentar con valor los desafíos que la vida depara.
Pues sólo así podremos alcanzar la plenitud y la sabiduría,
Que se ocultan tras los velos de los sufrimientos y las lágrimas.