En tiempos de sombra, de duros silencios,
dos llamas surgieron rompiendo el invierno.
Con manos de acero y almas de viento,
alzaron banderas, alzaron un sueño.
Clara, la voz que encendió la esperanza,
sembró en la historia su fiel enseñanza.
Gritó por justicia, por dignidad,
por un mundo donde la mujer pueda hablar.
Propuso un día, un grito en la historia,
un ocho de marzo teñido en victoria.
Mujeres unidas, obreras al frente,
rompiendo cadenas, cambiando la mente.
Rosa, la fuerza de ideas ardientes,
luchó por los pueblos, por las valientes.
No quiso dueños, ni amos, ni reyes,
soñó con un mundo de iguales mujeres.
La injusta balanza intentó callarla,
pero su fuego logró despertarlas.
Su sangre en las calles, su lucha en los versos,
siguen latiendo en tiempos diversos.
Clara y Rosa, en marcha infinita,
siguen alzando su causa bendita.
Hoy su legado florece en las plazas,
en cada protesta, en cada batalla.
Porque la historia no olvida su estampa,
su voz sigue viva, su lucha no acaba.
Las manos que alzaron, las huellas que hicieron,
siguen marcando el paso certero