Cierta poesía debe ser humilde,
tan clara como el agua en la quebrada,
que brote de la vida, desbordada,
y toque corazones sin un tilde.
No busca catedrales ni marfiles,
sino el hogar, la plaza, la jornada,
el rincón de una madre fatigada,
los sueños de un obrero entre los rieles.
Es la palabra que acompaña al día,
que alivia, que consuela, que despierta,
y no se oculta tras un muro frío.
Es fuego en manos de la cercanía,
un canto que se entona a puerta abierta,
la voz que va del pueblo al desafío.