Un poeta irlandés, con calma sabia,
dijo al ser preguntado por su fuente:
“Si supiera el origen, de repente,
iría allí, como quien va por savia”
¿De dónde viene el verso que nos cambia?
¿De un río subterráneo, omnipresente?
¿De un eco que retumba en lo inconsciente?
¿O del silencio que en la noche rabia?
Quizá los versos son como la brisa,
que nadie atrapa, pero siempre llega,
y en su danza nos cubre de su risa.
Tal vez, del corazón, su fuego juega,
y el poeta, perdido en su cornisa,
solo escucha y escribe lo que ruega.