En el pliegue del día,
la luz se deshace en fragmentos,
como un murmullo de hojas
bajo la presión del viento.
Todo sucede aquí,
donde los nombres se disuelven
y el instante es un río que huye,
pero deja su rastro.
La piedra recuerda el peso del agua,
la piel, la herida del sol.
No hay mapa que alcance
a dibujar lo invisible:
la palabra que no dijimos,
el temblor en el aire
cuando callamos demasiado.
Es ahí donde estamos,
entre el borde de las cosas y su sombra,
donde la raíz escarba su destino
y el eco se convierte en un latido.
Todo cabe en este minuto suspendido:
la certeza de no volver,
el milagro de estar,
la levedad del mundo
escribiéndose a tientas
en nuestra carne.