Con letra torcida, papel arrugado,
dibujos de soles, de amor desbordado.
Los niños le escriben al cielo sin miedo,
preguntas que flotan, sinceras, sin credo.
“¿Tienes tú hambre? ¿También tienes frío?”
“¿Por qué a veces llora tan fuerte el río?”
“¿Mi abuelita juega contigo allá arriba?”
“¿Por qué duele tanto cuando alguien se olvida?”
Sus cartas no esperan respuestas exactas,
basta que viajen, que suban intactas.
Que Dios las reciba, tal vez sonriendo,
al ver tanta fe en lo que están pidiendo.
Con crayones viejos, en hojas dobladas,
dibujan milagros, palabras aladas.
Y en cada “te quiero”, en cada “perdón”,
late un pedazo del mismo corazón.