Baila Brenda, brinca, brota, bambolea,
con botas burbujeantes y boina fea.
Benjamín, bien bragado, bate los brazos,
sus botas botando como dos balazos.
Se sacuden Sonia y Samuel sin sosiego,
saltan, se sueltan, giran sin miedo.
Suenan sus suelas en suelo sombrío,
como sapos sacados de algún río frío.
Carlos carga con Carmen, con capa y con calma,
cada cual con su canto, su rima, su palma.
Carcajadas cantadas, cruzan el coro,
casi casi colapsan de tanto alborozo.
Pronto Pedro patea, patoso y patético,
su pareja Pilar lo patea frenético.
Pisotean los pies, se pisan los pasos,
Pilar se despide y Pedro hace un caso.
Así sigue el baile, de bulla y bravura,
con cacofonías de alta envergadura.
Chocan charangas, charlan charros y chatas,
en un lío de letras y risas baratas.
Y al final de la noche, ya todos cansados,
con pies doloridos, pero bien animados,
se despiden los ruidosos, los reyes del salón,
con un último grito: “¡Qué baile, ¡qué alborotón!”