Definir los ideales
por los que estamos dispuestos a arriesgar.
Trazar la ruta,
la estrategia precisa,
el pulso firme hacia el norte.
Medir el peso de los riesgos,
aceptar las caídas
que podrían venir.
Escoger con cuidado el terreno,
el espacio donde nuestras fuerzas
encuentren eco y ventaja.
Observar con calma
las grietas de quien nos enfrenta,
descifrar su debilidad.
Sostenerle la mirada,
antes del impacto,
antes de caer.
Y desde el suelo,
erguir el alma
para recordarle
la brevedad de su triunfo.