En hojas de quietud, mi alma se despliega,
guardando entre sus pliegues un mar de emociones;
los versos se levantan cual etéreas legas,
tejiendo en cada trazo profundas canciones.
Allí duerme el susurro de las añoranzas,
y el grito silenciado de un tiempo marchito;
las sombras de la pena, con tiernas bonanzas,
se vuelven luminarias en mi manuscrito.
El alba se derrama en tinta cristalina,
despierta el firmamento de mi imaginario;
en cada estrofa vibra la esencia divina,
que torna lo invisible en canto visionario.
Oh, mi cuaderno amado, santuario del arte,
en ti las utopías hallaron morada;
tus páginas son campo donde el alma parte,
y siembra eternidades con voz desatada.
Tus líneas, mi refugio, mi íntimo universo,
mi faro entre la niebla, mi fiel compañía;
en ti la soledad se convierte en un verso,
y el mundo en su caos me da melodía.
Cual cálices sagrados tus hojas contienen
la sangre de mis sueños, la luz y el abismo,
los ecos de lo eterno que en palabras vienen
a ser eternidad en sutil paroxismo.
Hoy mi poesía vive en ti, secreta,
mi espejo, mi refugio, mi fiel confidencia;
mi cuaderno, mi alma, mi llama indiscreta,
eres tú el corazón de mi esencia en presencia.