Cuando la luna se enciende como un farol lejano,
y el cielo, bordado de estrellas, viste su manto azabache,
nosotros, caminantes de lo oculto,
somos fuego que no conoce fronteras.
Tus ojos, dos brasas en la penumbra,
iluminan el sendero de mi deseo.
Tus manos, como sombras vivas,
me recorren, trazando un mapa de piel y sueños.
Calla el mundo, duerme el día,
y nosotros, furtivos, navegamos las horas,
unidos por el eco de risas y susurros
que la noche, celosa, guarda en su pecho.
Somos el secreto que guarda la brisa,
el temblor de hojas bajo el susurro del viento.
Somos el instante suspendido entre sombras,
donde el tiempo se detiene y el amor florece.
Y cuando el alba desgarra el velo oscuro,
nos desvanecemos como un suspiro,
dejando tras de nosotros, en la memoria del cielo,
las huellas de un amor que sólo la noche entiende.