Elías De La Cera

Narciso

Movido por orgullo de cazador adolescente,
quiso saciar su sed Narciso arrogante
en las tranquilas aguas de una fuente
generosa que mitigaba el tórrido estío sofocante.
 
Munido de entusiasmo inocente
vió algo hermoso y perverso;
su propia faz reflejada de repente
en el agua bruñida que duplica el universo.
 
Enviciado de fatal admiración,
mártir de su propia belleza,
crecen la conciencia y la cerrazón
que envilecen su nobleza.
 
Y en brutal extravío de héroe ensimismado,
en el arte de su reflejo sumergido,
creyó entender el don que los dioses le habían dado
y la trampa que le habían tendido.
 
Cortaron el hilo las Moiras al verlo
convertir su deleite en agonía.
Murió para dejarnos una mitología,
y la flor que ejerce la belleza sin saberlo.

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