Dulce María Loynaz

Poemas sin nombre: XLVIII

Tú me hablabas, pero yo no sabía desde dónde. Y sentía tu voz, tu misma voz fluyente y cálida, un poco ronca, a veces, por la emoción que se te apretaba a la garganta... Tú me hablabas, pero yo no sabía desde dónde, ni distinguía tus palabras; sólo percibía tu voz naciendo, como la noche, de todos los puntos del paisaje.

Y tu voz era una ola tibia que me envolvía, poco a poco primero, como blandura de marea alucinada por la luna y arrebatadora después, con sacudidas de tormenta que se infla por el horizonte.

Era tu voz otra vez –¡y cuándo no fue tu voz!– la que yo sentía no sólo ya en mis oídos, sino en la misma carne, como ola de agua, de fuego, como ola espesa que avanzaba creciendo...

Era tu voz, fantasma de mi oído, sabor recóndito y constante de todas las músicas, de todas las palabras, de todas las voces que han sonado en mi vida después de ella; era tu voz, tu misma voz única e inextinguible siempre, que me envolvía, que me cercaba, que me doblegaba el alma reacia, súbitamente estremecida...

Pero yo no sabía desde dónde me hablabas... Era tu voz, sí, tu misma voz de fuego y agua y huracán. Pero yo miraba temblando en torno mío, y sólo veía las desnudas paredes del silencio.

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