Tú estas muerto. ¿Por qué agitas los brazos ante mí y remueves tu voz por dentro de la ceniza en que se apagó hace tanto tiempo?
Tú estás muerto, te digo que estás muerto, y no puedes volver a poner tu mano sobre mi via.
Nada puedes contra mí, que soy viva; nada contra mi corazón tibio, joven, puro todavía.
Tú estás muerto. Eres una podredumbre que se echa a un lado, que se cubre con tierra, que se limpia con agua de las manos si llega a tocarse. ¡No me toques a mí, que estoy viva, que tengo mi vino que beber y mi rumbo que seguir!...
Nada tienes que ver conmigo. ¡No me agites los brazos por delante, ni me muestres los dientes blancos, alineados todavía, que yo sé que así se les quedan por mucho tiempo a los muertos!...
Tú eres un muerto. ¿No lo comprendes? Y yo llevo el amor en los brazos... ¡Déjame pasar!