Sobre mi boca está tu mano; tu mano tibia, dura...
Infinitamente dulce. (A través de tus dedos se escurre
la canción rota como un poco de agua entre las hendiduras de una piedra.)
Sobre mi corazón está tu mano: pequeña losa suave.
(Abajo, el corazón se va aquietando poco a poco.)
En mi cabeza, tu mano: el pensamiento—plomo derretido en molde va tomando la forma afilada y recta, recta de tus dedos.
En mis pies, también tus manos: anillos de oro fino...
Tus manos delicadas y fuertes, delicadas y firmes como las manos de un rey niño.
(Los caminos se borran en la hierba crecida...)
En mis pies, tus manos. En mis manos, tus manos.
En mi vida y en mi muerte, tus manos.
Tus manos, que no aprietan ni imploran, que no sujetan, ni golpean, ni tiemblan.
Tus manos, que no se crispan, que no se tienden, que no son más que eso, tus manos, y ya, todo mi paisaje y todo mi horizonte...
¡Horizonte de cuarenta centímetros, donde he volcado
mi mar de tempestades!