Me quedé helado al verte.
Le pregunté tu nombre al viento después que te vi, después de haberme robado un par de tus pecas y guardarlas en mi bolsillo, después de haberme querido ver en el reflejo de tus ovalados ojos.
En un intento desesperado, me busqué detrás de tus pupilas, entre tus pestañas, atrás de la mesa y el espejo que también se dibujaban en ellos; me busqué como un hombre en el desierto, sediento; necesitando agua, pero el agua que gritaba mi boca, el agua que precisaba; era más bien una especie de combustible, uno con un octanaje distinto, uno que estaba seguro está inyectado en tus venas, en los vellos que saltan de tus poros, en las cejas desordenadas de tu cara, en las puntas de tu cabello, en la extensión de tu estatura, en las pecas desconocidas que están pérdidas en tu espalda y hasta en el color de tu sombra.
No sé quién carajo seas, y de antemano te pido disculpas por el robo y por decir carajo, que aunque no te conozca, aunque no sepa de donde vienes, sí existes, estás presente o también pérdida como yo; aunque no sepa nada—pero decir nada, incluso es mucho—; a pesar de eso y todo los defectos que estoy seguro tenemos, de todas tus virtudes que estoy seguro presumes; puedo decirte y decirte con propiedad: que quiero tentar y retar a tus letras, para que un día hablen de mí.
Y para saber qué es de mí de quién hablas, para saber y distinguir mi perfume entre los versos impresos con tinta, para poder sonreír con derecho a hacerlo, me robe tus pecas y me las robe para pintar mi nombre en el brillo de tus ojos, ya que por más que busqué; no me hallé.
Pero en esos tres segundos que sostuvimos la misma mirada, en esos tres segundos me pinté en la antesala de tu mente, para inducir un recuerdo incoherente que en la madrugada te hable de mí.
Ilustrador: desconocido
G.Ll