Rubén Darío

Las ánforas de Epicuro

La espiga.

 
Mira el signo, sutil que los dedos del viento
Hacen al agitar el tallo que se inclina
Y se alza en una rítmica virtud de movimiento.
Con el áureo pincel de la flor de la harina
 
Trazan sobre la tela azul del firmamento
El misterio inmortal de la tierra divina
Y el alma de las cosas que da su sacramento
En una interminable frescura matutina.
 
Pues en la paz del campo la faz de Dios asoma.
De las floridas urnas místico incienso aroma
El vastor altar en donde triunfa la azul sonrisa;
 
Aún verde está y cubierto de flores el madero,
Bajo sus ramas llenas de amor pace el cordero
Y en la espiga de oro y luz duerme la misa.
 

La fuente.

 
Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata
Para que un día puedas calmar la sed ardiente,
La sed que con fuego más que la muerte mata.
Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,
 
Otro agua que la suya tendrá que serte ingrata,
Busca su oculto origen en la gruta viviente
Donde la interna música de su cristal desata,
Junto al árdol que llora y la roca que siente.
 
Guíete el misterioso eco de su murmullo,
Asciende por los riscos ásperos del orgullo,
Baja por la constancia y desciende al abismo
 
Cuya entrada sombría guardan siete panteras:
Son los Siete Pecados las siete bestias fieras.
Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo.
 

Palabras de la Satiresa.

 
Un día oí una risa bajo la fronda espesa,
Vi brotar de lo verde dos manzanas lozanas;
Erectos senos eran las lozanas manzanas
Del busto que bruñía de sol la Satiresa:
 
Era una Satiresa de mis fiestas paganas,
Que hace brotar clavel o rosa cuando besa;
Y furiosa y riente y que abrasa y que mesa,
Con los labios manchados por las moras tempranas.
 
«Tú que fuiste, me dijo, un antiguo argonauta,
Alma que el sol sonrosa y que la mar zafira,
Sabe que está el secreto de todo ritmo y pauta
 
En unir carne y alma a la esfera que gira,
Y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,
Ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira.
 

La anciana.

 
Pues la anciana me dijo: mira esta rosa seca
Que encantó el aparato de su estación un día:
El tiempo que los muros altísimos derrueca
No privará este libro de su sabiduría.
 
En esos secos pétalos hay más filosofía
Que la que darte pueda tu sabia biblioteca;
Ella en mis labios pone la mágica armonía
Con que en mi torno encarno los sueños de mi rueca.
 
«Sois un hada», le dije: «Soy un hada, me dijo:
Y de la primavera celebro el regocijo
Dándoles vida y vuelo a estas hojas de rosa.»
 
Y transformóse en una princesa perfumada,
Y en el aire sutil, de los dedos del hada
Vólo la rosa seca como una mariposa.
 

Ama tu ritmo...

 
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
Bajo su ley, así como tus versos;
Eres un universo de universos
Y tu alma una fuente de canciones.
 
La celeste unidad que presupones
Hará brotar en ti mundos diversos,
Y al resonar tus números dispersos
Pitagoriza en tus constelaciones.
 
Escucha la retórica divina
Del pájaro del aire y la nocturna
Irradiación geométrica adivina;
 
Mata la indificencia taciturna
Y engarza perla y perla cristalina
En donde la verdad vuelca su urna.
 

A los poetas risueños.

 
Anacreonte, padre de la sana alegría;
Ovidio, sacerdote de la ciencia amorosa;
Quevedo, en cuyo cáliz licor jovial rebosa;
Banville, insigne orfeo de la sacra Harmonía,
 
Y con vosotros toda la grey hija del día,
A quien habla el amante corazón de la rosa,
Abejas que fabrican sobre la humana prosa
En sus Himetos mágicos mieles de poesía:
 
Prefiero vuestra risa sonora, vuestra musa
Risueña, vuestros versos perfumados de vino,
A los versos de sombra y a la canción confusa
 
Que opone el numen bárbaro al resplandor latino;
Y ante la fiera máscara de la fatal Medusa,
Medrosa huye mi alondra de canto cristalino.
 

La hoja de oro.

 
En el verde laurel que decora la frente
Que besaron los sueños y pulieron las horas,
Una hoja suscita como la luz naciente
En que entreabren sus ojos de fuego las auroras;
 
O las solares pompas, o los fastos de Oriente,
Preseas bizantinas diademas de Theodoras,
O la lejana Cólquida que el soñador presiente
Y adonde los jasones dirigirán las proras.
 
Hoja de oro rojo, mayor es tu valía,
Pues para tus colores imperiales evocas
Con el triunfo de otoño y la sangre del día,
 
El marfil de las frentes, la brasa de las bocas,
Y la autumnal tristeza de las vírgenes locas
Por la Lujuria, madre de la Melancolía.
 

Marina.

 
Como al fletar mi barca con destino a Citeres
Saludara a las olas, contestaron las olas
Con un saludo alegre de voces de mujeres.
Y los faros celestes prendían sus farolas,
Mientras temblaba el suave crepúsculo violeta.
«Adiós –dije– países que me fuisteis esquivos;
Adiós peñascos enemigos del poeta;
Adiós costas en donde se secaron las viñas,
Y cayeron los términos en los vosques de olivos.
Parto para una tierra de rosas y de niñas,
Para una isla melodiosa
Donde más de una musa me ofrecerá una rosa.»
Mi barca era la misma que condujo a Gautier
Y que Verlaine un día para Chipre fletó,
Y provenía de
El divino astillero del divino Watteau.
Y era un celeste mar de ensueño,
Y la luna empezaba en su rueca de oro
A hilar los mil hilos de su manto sedeño.
Saludaba mi paso de las brisas el coro
Y a dos carrillos daba redondez a las velas.
En mi alma cantaban celestes filomelas
Cuando oí que en la playa sonaba como un grito.
Volví la vista y vi que era una ilusión
Que dejara olvidada mi antiguo corazón.
Entonces, fijo del azur en lo infinito,
Para olvidar del todo las amarguras viejas,
Como Aquiles un día, me tapé las orejas.
Y les dije a las brisas: «Soplad, soplad más fuerte;
Soplad hacia las costas de la isla de la Vida.»
Y en la playa quedaba desolada y perdida
Una ilusión que aullaba como un perro a la Muerte.
 

Dafne.

 
¡Dafne, divina Dafne! Buscar quiero la leve
Caña que corresponda a tus labios esquivos;
Haré de ella mi flauta e inventaré motivos
Que extasiarán de amor a los cisnes de nieve.
 
Al canto mío el tiempo parecerá más breve;
Como Pan en el campo haré danzar los chivos;
Como Orfeo tendré los leones cautivos,
Y moveré el imperio de Amor que todo mueve.
 
Y todo será, Dafne, por la virtud secreta
Que en la fibra sutil de la caña coloca
Con la pasión del dios el sueño del poeta;
 
Porque si de la flauta la boca mía toca
El sonoro carrizo, su misterio interpreta
Y la armonía nace del beso de tu boca.
 

La gitanilla.

A Carolus Durán.

 
Maravillosamente danzaba. Los diamantes
Negros de sus pupilas vertían su destello;
Era bello su rostro, era un rostro tan bello
Como el de las gitanas de don Miguel Cervantes.
 
Ornábase con rojos claveles detonantes
La redondez obscura del casco del cabello,
Y la cabeza firme sobre el bronce del cuello
Tenía la patina de las horas errantes.
 
Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras
Las vagas aventuras y las errantes horas,
Volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;
 
La gitana, embriagada de lujuria y cariño,
Sintió cómo caída dentro de su corpino
El bello luis de oro del artista de Francia.
 

A maestre Gonzalo de Berceo.

 
Amo tu delicioso alejandrino
Como el de Hugo, espíritu de España;
Este vale una copa de champaña
Como aquél vale «un vaso do bon vino».
 
Mas a uno y otro pájaro divino
La primitiva cárcel es extraña;
El barrote maltrata, el grillo daña,
Que vuelo y libertad son su destino,
 
Así procuro que en la luz resalte
Tu antiguo verso, cuyas alas doro
Y hago brillar con mi moderno esmalte;
 
Tiene la libertad con el decoro
Y vuelve, como al puño el gerifalte,
Trayendo del azul rimas de oro.
 

Alma mía.

 
Alma mía, perdura en tu idea divina;
Todo está bajo el signo de un destino supremo;
Sigue en tu rumbo, sigue hasta el ocaso extremo
Por el camino que hacia la Esfinge te encamina.
 
Corta la flor al paso, deja la dura espina;
En el río de oro lleva a compás el remo;
Saluda el rudo arado del rudo Triptolemo,
Y sigue como un dios que sus sueños destina...
 
Y sigue como un dios que la dicha estimula,
Y mientras la retórica del pájaro te adula
Y los astros del cielo te acompañan, y los
 
Ramos de la Esperanza surgen primaverales,
Atraviesa impertérrita por el bosque de males
Sin temer las serpientes; y sigue, como un dios...
 

Yo persigo una forma...

 
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
Botón de pensamiento que busca ser la rosa;
Se anuncia con un beso que en mis labios se posa
Al abrazo imposible de la Venus de Milo.
 
Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
Los asiros me han predicho la visión de la Diosa;
Y en mi alma reposa la luz como reposa
El ave de la luna sobre un lago tranquilo.
 
Y no hallo sino la palabra que huye,
La iniciación melódica que de la flauta fluye
Y la barca del sueño que en el espacio boga;
 
Y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
El sollozo continuo del chorro de la fuente
Y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
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