Rubén Darío

La página blanca

A A. Lamberti

Mis ojos miraban en hora de ensueños
la página blanca.
 
Y vino el desfile de ensueños y sombras.
Y fueron mujeres de rostros de estatua,
Mujeres de rostros de estatuas de mármol,
¡Tan tristes, tan dulces, tan suaves, tan pálidas!
 
Y fueron visiones de extraños poemas,
De extraños poemas de besos y lágrimas,
¡De historias que dejan en crueles instantes
Las testas viriles cubiertas de canas!
 
¡Qué cascos de nieve que pone la suerte!
¡Qué arrugas precoces cincela en la cara!
¡Y cómo se quiere que vayan ligeros
Los tardos camellos de la caravana!
 
Los tardos camellos—,
Como las figuras en un panorama—,
Cual si fuese un desierto de hielo,
Atraviesan la página blanca.
 
Este lleva
una carga
De dolores y angustias antiguas,
Angustias de pueblos, dolores de razas;
¡Dolores y angustias que sufren los Cristos
Que vienen al mundo de víctimas trágicas!
 
Otro lleva
en la espalda
El cofre de ensueños, de perlas y oro,
Que conduce la Reina de Saba.
 
Otro lleva
una caja
En que va, dolorosa difunta,
Como un muerto lirio la pobre Esperanza.
 
Y camina sobre un dromedario
la Pálida,
La vestida de ropas obscuras,
La Reina invencible, la bella inviolada:
La Muerte.
 
Y el hombre,
A quien duras visiones asaltan,
El que encuentra en los astros del cielo
Prodigios que abruman y signos que espantan,
 
Mira al dromedario
de la caravana
Como al mensajero que la luz conduce,
¡En el vago desierto que forma
la página blanca!
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