Rubén Darío

A Goya

XXVIII

 
Poderoso visionario,
raro ingenio temerario,
por ti enciendo mi incensario.
 
Por ti, cuya gran paleta,
caprichosa, brusca, inquieta,
debe amar todo poeta;
 
Por tus lóbregas visiones,
tus blancas irradiaciones,
tus negros y bermellones;
 
Por tus colores dantescos,
por tus majos pintorescos,
y las glorias de tus frescos.
 
Porque entra en tu gran tesoro
el diestro que mata al toro,
la niña de rizos de oro.
 
Y con el bravo torero,
el infante, el caballero,
la mantilla y el pandero.
 
Tu loca mano dibuja
la silueta de la bruja
que en la sombra se arrebuja,
 
Y aprende una abracadabra
del diablo patas de cabra
que hace una mueca macabra.
 
Musa soberbia y confusa,
ángel, espectro, medusa.
Tal aparece tu musa.
 
Tu pincel asombra, hechiza,
ya en sus claros electriza,
ya en sus sombras sinfoniza;
 
con las manolas amables,
los reyes, los miserables,
o los cristos lamentables.
 
En tu claroscuro brilla
la luz muerta y amarilla
de la horrenda pesadilla,
 
o hace encender tu pincel
los rojos labios de miel
o la sangre del clavel.
 
Tienen ojos asesinos
en sus semblantes divinos
tus ángeles femeninos.
 
Tu caprichosa alegría
mezclaba la luz del día
con la noche oscura y fría:
 
Así es de ver y admirar
tu misteriosa y sin par
pintura crepuscular.
 
De lo que da testimonio:
Por tus frescos, San Antonio;
por tus brujas, el demonio.
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