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Daniela Avalos

Anti expectativa

Hoy no ha venido nadie; y hoy he muerto qué poco en esta tarde!
Ágape - César Vallejo

Hay flores sobre la mesa de un restaurante
—al igual que en tantos otros—
acariciada por pequeños hilos de sol,
hebra a hebra, tonalizadas en la soledad del rincón.
Las observo mientras controlo las agujas del reloj,
el ritmo frenético contrasta con las partículas brillantes
que deambulan en el aire.
Los latidos de mi corazón se ubican entre ambos,
buscando acompasar la tensión de la espera
contra el movimiento antiteatral de los elementos que me rodean.
 
Fueron años hasta que accedí a este encuentro.
Las migajas de las expectativas rotas
tacharon las celdas del calendario
minutos y minutos,
dónde borré todos tus rostros del abecedario.
 
Me pregunté si espero volver a ver a una persona que ya no existe,
tus palabras fueron atónicas,
los sonidos del pasado no coincidían
con los acordes que reflotaste,
y creo que me trajo hasta aquí
la curiosidad de asimilar los versos
a armonías no buscadas.
 
El sol pasó de las flores de una mesa hacia la siguiente
—yendo hacia el oeste—
el corazón comenzó a palpitar a destono,
los recuerdos se desproporcionaron
jugando figuras desencajadas.
El rostro antes juvenil
se convirtió en la pesadilla más ajena,
las sonrisas dieron lugar al desprecio,
labios en oblicua posición,
faltos de brillo los ojos más tenebrosos.
 
Me erguí, cuando apareciste en el reflejo de la ventana.
Te acercaste simulando sorpresa,
escupiste palabras sin el peso real
de la verdad.
Pensé en saciar mi curiosidad, así y todo,
pero la elección de palabras fue inequívoca:
“Llegué tardé porque me diste la dirección equivocada”
El mundo entero se volvió en mi contra, pensé.
Fui yo la que género la perpetuidad de esta espera, me pregunté.
Tardé unos segundos en responder:
“Llegué hace horas, no debería haber esperado tanto.
Forzaste la cuerda hasta dónde no debería volver a llegar”
Bufaste como respuesta, sopesaste algunas sílabas,
desencanto atroz.
Mis oídos recordaron tanto
que no pudieron soportarlo más
 
Me fui, mirando de frente
la insistencia de la tortura
hecha suplicio.
Con la consciencia suficiente
que si el sol se traslada hacia el otro polo
se transforma en frío cielo sepulcral,
blanco como el rellano de la muerte.
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