Nunca mi mente acarició el ensueño
de vivir solo, frente a un mar bravío,
sino en un campo en flor siempre risueño,
viendo correr junto a mis pies un río.
Por más que en alegrarme yo me empeño,
en presencia del mar vivo sombrío
tan lejos de la dicha con que sueño
como tú estás de mi dolor, Dios mío.
Yo sufro ante el verdor de primavera
de la eterna visión de la ribera
de donde ayer por siempre hube partido,
la nostalgia del pájaro enjaulado
que desde su prisión ve el ramo amado
donde un día, cantando, formó el nido.