Sorteando las piedras del camino
vamos todos con más o menos suerte,
a los dictados de un fatal destino
que nos conduce hasta la misma muerte.
A pesar de los muchos aquilones
de los que disponemos en la vida,
tenemos multitud de tropezones
en ella, que olvidamos enseguida.
Seguimos impertérritos y ciegos
y sin hacer al empirismo caso,
por tener tan inflados nuestros egos
que no admiten siquiera un “por si acaso”.
¿Es tan difícil el decir amén
a las cosas ajenas que estén bien?