Si una virtud tuviera que escoger
de entre las muchas que sin duda tiene
esa divinidad que es la mujer,
su gran ternura a mi memoria viene.
Es pariente a la vez de la dulzura,
buen corazón, lealtad y bonhomía,
pudiéndole agregar de añadidura,
que es origen de amor y de alegría.
Complemento ideal y femenino
que al hombre por demás le encanta y rinde,
al ser de las caricias el camino
por donde intenta traspasar la linde,
poniendo con ardor todo su empeño
para obtener lo que le quita el sueño.