Eliana Insaurralde

Uno de tantos

 
Un pasillo largo. Florido. Un lugar que se ofrece como novedad.
Una puerta insignificante y todo por descubrir.
Siempre tuve especial debilidad por esas estructuras de casas
conocidas como ph o departamentos internos.
Mucho más por sus pasillos.
Este es soñado, esperado, casi familiar.
Sus paredes altas y pintadas de un amarillo suave,
la humedad que se asoma, las rejas en composé con las macetas.
Detalles bien pensados.
O quizás no tanto.
Casi pareciera una escenografía, una de la infancia.
El viejo Nino y el truquito de dedos que me enseñó.
Beatriz y los puchos.
Muchos.
Cata y Pompita, su cocker.
—Porque era inimaginable uno sin el otro—
Y en el fondo también, enfrente a Cata,
enfrente a Pompita...
Elba y su rico té con leche.
Elba y Marisa, mi amiga.
Marisa y las charlas con Coca Cola.
Perdón de café.
Hablando de maridos e hijos osos...
Y de todo aquello que le es propio a un mundo aún desconocido.
 
Y el primer escalón de esa interminable escalera
donde todo ocurría.
 
Si bien este se parece, no es ese pasillo.
Igual, sigo esperando de un momento a otro,
el llamado de mi mamá diciendo que la comida está servida.
Preferido o celebrado por...
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