Carolina Coronado

Por bajo de una lámina que representaba a la virgen

Escucha, madre mía,
la de el velo de estrellas; bienhechora,
       dulce y bella María.
       Escucha la que implora
dolorido y mortal; madre y Señora.
 
       Si a mi débil acento
romper los aires y turbar es dado
       allá del firmamento
       el azul sosegado,
escucha, virgen pura, mi cuidado.
 
       La sola voz que el pecho
pudiera ya exhalar, a ti revela
       el corazón deshecho,
       que tu piedad anhela
y hasta tu trono arrebatado vuela.
 
       ¡Oh tu dulce señora
de la esfera eternal!... la tierra mira
       y al infeliz que llora
       y al triste que suspira
resignación y fe y amor inspira.
 
       De tu sagrada mano
piadoso manantial brote a raudales
       donde beba el humano
       alivios celestiales,
donde se apague el fuego de los males.
 
       Y lleva hacia tu seno
a los dolientes hijos que te amaron:
       ¡no más gima ya el bueno
       en grillos que forjaron
los que rebeldes contra ti se alzaron!

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