Carolina Coronado

La luna es una ausencia

Y tú ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa
cruzando los espacios ondulante
tras los vapores de la nube acuosa?
 
Negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus vagaban.
 
Yo te aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar con lenta calma,
como tu rayo descendió a mis ojos,
tierna alegría descendió a mi alma.
 
¿Y a mis ruegos acudes perezosa
cuando amoroso el corazón te ansía...?
Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa
hija del cielo ven: ¡por qué tardía!
 
 
Bardo amante, esa hechicera
fiel y sola compañera
de tu solitaria amiga,
presurosa mensajera
mis pensamientos te diga.
 
Yo me encontré en unos valles
a esa misteriosa guía
cuando lenta recorría
de olivos desiertas calles,
tristes, como el alma mía.
 
Yo de entre la tierra oscura
la vi brotar, como pura
memoria de tu pasión,
en medio la desventura
de mi ausente corazón.
 
Y como el recuerdo amante
me siguió en mi soledad
callada, tierna, constante,
sin apartarse un instante
esa nocturna beldad.
 
Porque si yo caminaba
y con pasos fugitivos
árbol tras árbol cruzaba,
ella al par se deslizaba
entre los negros olivos.
 
Si un instante suspendía
mi carrera silenciosa,
sobre la copa sombría
del árbol se detenía,
como una paloma hermosa.
 
Por eso el tierno quebranto
sabe de mi ausencia, sola,
porque al escuchar mi canto
vino a sorprender mi llanto
con la luz de su aureola.
 
Y pues es la verdadera
fiel y sola compañera
de tu solitaria amiga,
presurosa mensajera
mis pensamientos te diga.

Alange, 1845

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