Carolina Coronado

Espronceda

A LOS POETAS

A la Excma. señora marquesa de Monsalud y vizcondesa de San Salvador.

Rompió el divino sol por Oriente,
engalanado en nuevos resplandores,
hervía el prado en olorosas flores,
rebosaba en perfumes el ambiente,
trinaba el ruiseñor más dulcemente,
acrecentaba el agua sus rumores,
de nuestro pueblo humilde el pavimento
retemblaba aguardando algún portento.
 
De tu palacio antiguo, solo, oscuro,
en el rincón de la olvidada villa
surgió voz melancólica y sencilla,
como de niño tierno acento puro;
así el lloro dulcísimo figuro
del infante Ossián cabe la orilla
de la ruda Albión cuando nacía
como el bello Espronceda a luz del día.
 
Aquí al genio brillante de la España
plugo elegir su refulgente cuna,
por hacernos rivales en fortuna
con el Morven feliz de la Bretaña.
¿Quién la villa estrechísima que baña
por todo mar y arroyo una laguna,
y por muro y jardín cerca un sembrado
sin Espronceda hubiera recordado?
 
Ese cantor del sol tal vez al cielo,
Espíritu sin cuerpo, le pedía
ver la primera luz del claro día
del gran Cortés en el fecundo suelo;
y Dios tal vez al prematuro anhelo
del alma de Espronceda concedía
en raudal de talento transformado
el valor de Cortés nunca igualado.
 
Así brotó, cundió como los ríos,
como los mares se ensanchó en la tierra;
tempestad en amor, trueno en la guerra
fueron sus cantos bravos y sombríos;
¡Oh! si elevara sus acentos píos
a Dios loando el que blasfema aterra,
profeta de este siglo desgraciado
le volviera la fe que le han robado.
 
Destemplaron las cuerdas de su lira
los duros vicios, al rozar con ellos,
y en sus cantares, cuanto amargos bellos,
toda verdad apellido mentira;
loco de padecer, llorando de ira,
ve la nieve asomar a sus cabellos;
y ¡ay! ¡cómo entonces se lastima y canta,
y el corazón con su gemir quebranta!
 
Dichosa muerte que aplacó tal vida;
dichosa vida por tan presta muerte;
¿debe sino yacer en polvo inerte
el que su fe en el mundo ve perdida?
Por todo el corazón ya carcomida
palma gallarda fue que al noto fuerte
no pudo resistir con su corteza,
y a la tierra inclinó la gran cabeza.
 
¡Oh! ¡cuán diverso fue el risueño día
en que brotó en la tierra ese capullo
mimado de las brisas al arrullo,
festejado del ave a la armonía!
¡Oh quién su primitiva lozanía
sin su infortunio, su impiedad, su orgullo,
pudiera devolver al genio muerto
primer cantor del español concierto!
 
Madrid, Bretaña, su amargado canto
su juventud penosa han obtenido;
mas del pueblo extremeño sólo han sido
sus puros ayes, su inocente llanto.
¡Salve por esa cuna y honor tanto
y tanta gloria, pueblo esclarecido;
campana que sonaste alegremente
cuando el agua de Dios bañó su frente!
 
¡Salve campiña floreciente y leda,
que diste aromas al solemne día,
raza de aves que en la patria mía
cantaron la venida de Espronceda!
¡Salve morada que tapiz de seda
prestaste al niño huésped que nacía!
¡Salve dueña feliz de la morada
donde tan gran memoria está guardada!
 
Almendralejo, 1846

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