I
Señora, os amo con igual ternura
que en el hora en que os dije mi deseo,
jamás, jamás hallé en mí devaneo
rival a vuestro genio y hermosura...
—Será verdad, garzón, mas no lo creo.
—Alejéme de vos, mas viva y fija
tal memoria llevé en mi corazón
que pensamiento no hay que mi pasión
no anime, no sostenga, no dirija
—Será verdad, mas no lo creo, garzón.
—¿Qué digo? mas, mas mi cariño ahora
de vos ausente enciende mi deseo
dormido siempre en la ilusión os veo,
despierto os lloro sin cesar, señora...
—Será verdad, garzón, mas no lo creo.
—Los alegres fantasmas que en el mundo
tanto halagan al joven corazón,
brillo, placeres, sueños de ambición
ceden, señora, ante mi amor profundo...
—Será verdad, mas no lo creo, garzón.
¿Qué es la ambición? Su más grande victoria
sacrificar a vuestros pies deseo
¿gloria sin vos? ¡ni aún en los cielos veo
arcángel, para mí sin vos la gloria!
—Será verdad, garzón, mas no lo creo.
Lanzar he visto llamas del amianto
al duro cuerpo incombustible y frío
y desde aquel maravilloso encanto
de los incendios, buen garzón me río:
bien derramar podéis ardiente llanto
para inquietar, ¿quién sabe? el pecho mío,
sin que del vuestro al plácido sosiego
logre inflamar, como el amianto el fuego.
Garzón, las hadas de infantiles sueños
ha largo tiempo que dejé en la nada,
ya de la clara luz mis ojos dueños
otra atmósfera ven más despejada:
cesad en los inútiles empeños
porque el lloro y el habla enamorada
y todo cuanto escucho y cuanto veo
—Será verdad garzón, mas no lo creo.
II
—Del alma vuestra la perversa fe
pudo animar en vos tales recelos
y no merecéis no, ¡viven los cielos!
ni mi amor, si es verdad que yo os ame,
ni el tiempo malgastado en mis desvelos.
Rompa mi corazón en buena hora
de este cariño el último eslabón,
en vez de pena siente el corazón
placer al contemplar que vencedora
recobra en mí su imperio la razón.
Ciego anduve, mas ya cual sois os veo,
¡sois hembra al fin! —Garzón, ¡vos estáis loco
si a arcángel me elevasteis hace poco!
—No os amo ya, pasó mi devaneo.
—Pues todo pasa así, yo nada creo.
Mas escuchad, quien dijo «mi señora
os ama como a Dios, el pecho mío»
no es bien garzón, que en su altivez ahora
el parabién se dé por mi desvío.
¿Pues y la llama aquella abrasadora?...
De los incendios, buen garzón me río
que al soplo del rencor ceniza fría
tornan el alma que cual Etna ardía.
¡Cuán presto del altar cayó la santa!
¡Cuán presto en vuestro templo se consume
el fuego que erigisteis a su planta
para esparcir en su loor perfume!;
el ara abandonáis con prisa tanta
al ídolo injuriando que presume
la turba que el fanático es ateo
¡Digo!... ¿tengo razón si nada creo?