Carolina Coronado

En el álbum de un pedante

Aqueses mountinos
Qui tá haütes soun.
Doundines,
Qui tá haütes soun,
Doundoun,
M’empechen de béde
Mas amours oüin soun,
Doundene
Mas amours oün soun,
Doundoun.
 
Buen lector, si eso es francés
o griego, tú lo sabrás,
a mí me basta no más,
saber que epígrafe es.
 
Yo sé que presta grandeza
a toda composición
un extranjero renglón
colocado a la cabeza,
 
Y de un libro que no entiendo
ese pedazo copié
para que esplendor le dé
a lo que estoy escribiendo.
 
Si ésos son versos de Homero,
con que cite su poesía,
dirán que tiene la mía
mucho espíritu guerrero.
 
Si versos hebreos son
ese dundun y dundene
¡qué sabor bíblico tiene,
dirán, la composición!
 
Si de Virgilio ¡Oh ventura!
¡Qué armonía imitativa!
tendrán los versos que escriba!
¡Qué suavidad, qué dulzura!
 
No trace usted, D. Fermín,
por la Virgen, ni un renglón
sin tener a prevención
alguna cosa en latín.
 
Aunque ignore el castellano
ponga usted algo de griego,
buen amigo y deje luego
correr sin miedo la mano.
 
Si a un trozo de la Iliada
arrima sus garabatos,
no faltarán literatos
que le den una palmada.
 
¡Cómo si brotando, al fin,
bajo una hermosa palmera
menos miserable fuera
el espinillo ruin!
 
Mas pues así lo han dispuesto
los hombres de nuestros días,
ahí cuatro galimatías
escribo, y cumplo con esto.
 
Así de mi erudición
ninguno podrá dudar
cuando me vea citar
ese dundun o dondon,
 
Que no me importa que esté
en francés, árabe o chino:
yo en un viejo pergamino
lo vi escrito y lo copié.

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