Carolina Coronado

Carolina Coronado acompaña en su despedida a las golondrinas, a las grullas y a los patos

A Neira. Golondrinas, grullas y patos

Ya, Neira, despedí a la golondrina
que en el techo campestre haciendo el nido
mansa inocente mi compaña ha sido
en la estación risueña que termina;
la grulla en cambio ya vino dañina
el fruto a destrozar recién nacido
que en este yermo a fuerza de sudores
lograron cultivar los labradores.
 
El pato en enturbiar las claras fuentes
de este valle purísimo obcecado
revuelve con el fondo encenagado
los graciosos espejos trasparentes;
¡lástima que desdeñe las corrientes
de un brillo tan hermoso y azulado,
donde lucir pudiera entre la espuma,
por hundir en el fango el alba pluma!
 
¿Quién nos diera encontrar siempre a la bella
que en nuestros techos amorosa anida
y en su cantar sencillo entretenida
nos divierte feliz de sol a estrella?
¿Quién nos diera encontrarla siempre a ella
que a nadie ofende, cuya dulce vida
consagrada a los suyos, sobre el heno,
ni daña al labrador ni anda entre cieno?
 
¿Hay en mi tierra hermosos olivares
formados como tropas, en hileras?
Pues a dañar su flor a sus praderas
vienen bandos de grullas a millares.
¿Hay arroyos que van entre juncares
retratando el verdor de estas laderas?
Pues acuden los patos a bandadas,
«¿Aves estas no son civilizadas?»
 
¿Qué más da que en mi lira sean cantados
hombres o grullas si en diversos nombres
disfrazadas las grullas van de hombres
y los hombres de grullas disfrazados?
¿Por qué han de ser los patos desdeñados
si los hombres tal vez con sus renombres
viviendo en bacanales, como en cieno,
no fueron ni más puros ni más buenos?
 
¿Qué más da pues que yo cante los hechos
con mi endeble laúd, mi voz de niña
de las aves que pueblan la campiña
y las aves que habitan bajo techos?
Con iguales instintos y derechos
todas viven del daño y la rapiña;
soldados—grullas talan los sembrados
y las ciudades ¡ay! grullas—soldados.
 
Galanes patos de la fuente empañan
el manantial que beben los pastores,
patos galanes, patos impostores
en las virtudes la calumnia ensañan;
hombres—patos, en fin, sus alas bañan
en fétidos pantanos corruptos;
patos—hombres sepultan en orgías
su bella juventud, sus bellos días.
 
¿Por qué al mísero pato guerra tanta,
por qué a la infeliz grulla tanta guerra,
si hay seres más indignos en la tierra
y el hombre docto los celebra y canta?
Cada piedra, cada ave, cada planta,
una vida, una historia, un mundo encierra
y muchos en el mundo, bien lo sabes,
valen menos que piedras, plantas, aves.
 
Pues no siempre he de hallar por mi camino
golondrinas, que pocas han quedado,
mejor canto a las grullas, que al malvado.
A los patos mejor que al libertino:
esos nombres de Atila, Jerjes, Nino
siempre al numen benigno han espantado
y siempre aborrecí como a enemigos
los Paris, los Nerones, los Rodrigos.
 
Una grulla el gran Jerjes vale en suma,
pero el rico Nerón no vale un pato
que fuera a dar el pájaro barato
aun dando por Nerón no más la pluma:
¿pues por qué si la historia nos abruma
con uno y otro nombre tan ingrato
no ha de cantar, sin que te cause risa,
a la grulla y al pato la poetisa?
 
Lo mismo da las aves que los hombres
lo mismo el campo da que las ciudades,
pues componen entrambas vecindades,
los mismos seres con distintos nombres;
grullas hay en el mundo con nombres,
patos bajo soberbias potestades,
y en ciudades lo mismo que entre encinas
sobre grullas y patos golondrinas.
 
Badajoz, 1846

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