Escuchad mis querellas,
recinto y flores del placer abrigo,
imágenes tan bellas
como ese cielo que os protege amigo.
Asilo de inocencia,
consuelo del dolor, bosque sombrío,
ir quiero a tu presencia,
y tu césped regar con llanto mío.
Y el agua de tu fuente
beber acaso por la vez postrera,
y respirar tu ambiente,
besar tus flores, la gentil palmera.
Que tu dintel guarnece
de lejos saludar entre congojas,
y a la que en torno crece
modesta acacia de menudas hojas.
Y a los álamos graves
el postrimer adiós dar afligida,
y cantar con las aves
tristísima canción de despedida.
Y en tu graciosa alfombra
reposar halagada de ilusiones
bajo la fresca sombra
de tus frondosos sauces y llorones...
Sus hojas se estremecen
y errantes sombras a mi planta evocan,
que en el viento se mecen,
y mis cabellos con blandura tocan.
Desde aquí la pintura
es más bello admirar de ese tu cielo,
los visos y frescura
de las nubes cercanas a tu suelo;
Y al través de las ramas
mirar el sol que su lumbrera humilla,
y cual de rojas llamas
el Occidente retocado brilla.
¿Ni qué música iguala
al sordo vago suspirar del viento
con que armonioso exhala
un bello día su postrer aliento?
¡Ah! ¡si mi vida entera,
mi cara soledad, recinto amado,
consagrarte pudiera
el mundo huyendo y su falaz cuidado!
Mas ¡ay! que la alegría
de contemplaros con la luz perece
del presuroso día
que a mis ansiosos ojos desparece.
Esas aves cantoras
que de gozar la tarde fatigadas,
en tropas voladoras
retornan gorjeando a sus moradas;
Cuando una sola estrella
con apagada luz brille en el cielo;
cuando la aurora bella
ciña el espacio con purpúreo velo,
Y el nuevo y claro día
con sus tintas anime la pradera;
ellas con alegría
volverán a girar por tu ribera.
En turba bulliciosa
los bosques poblarán... y yo entretanto
lejana y silenciosa
las horas contaré de mi quebranto.
¡Ay! ¡ellas tu hermosura
gozarán y tu paz y sus amores!
yo gusté harta ventura
bebí en tus fuentes y besé tus flores.