Carolina Coronado

A Lidia

Error, mísero error, Lidia, si dicen
los hombres que son justos nos mintieron,
no hay leyes que sus yugos autoricen.
 
¿Es justa esclavitud la que nos dieron,
justo el olvido ingrato en que nos tienen?
¡Cuánto nuestros espíritus sufrieron!
 
Mal sus hechos tiránicos se avienen
con las altas virtudes, que atrevidos,
en tribunas y púlpitos sostienen.
 
Pregonan libertad y sometidos
nuestros pobres espíritus por ellos,
no son dueños de alzar ni sus gemidos.
 
Pregonan igualdad; y esos tan bellos
amores que les da nuestra pureza
nos pagan con sus pálidos destellos;
 
Pregonan caridad; y esta tristeza
en que ven nuestras almas abismadas
no mueven su piedad ni su terneza.
 
¡Ay Lidia! en la niñez siempre olvidadas,
en juventud por la beldad queridas
somos en la vejez muy desgraciadas.
 
Paréceme que miran nuestras vidas
como a plantas de inútiles follajes
que valen sólo cuando están floridas.
 
«No han menester jardín, crezcan salvajes,
rindan como tributo su hermosura.»
¿Qué más osan decir?... ¡Cuántos ultrajes!
 
¡Cuántos ultrajes! Lidia a la criatura
que tiene un alma pura enamorada
y un corazón tan lleno de ternura.
 
¿Verdad que el alma noble está enojada
de que tantas bondades como encierra
porque nazca mujer sea desdeñada?
 
¿Verdad que estamos, Lidia, aquí en la tierra,
murmurando las hembras sordamente
contra la injusta ley que nos destierra?
 
No bulle la ambición en nuestra mente
de gobernar los pueblos revoltosos,
que es tan grande saber para otra gente.
 
Ni sentimos arranques belicosos
de disputar el lauro a los varones
en sus hechos, de guerra, victoriosos.
 
Lejos de la tribuna y los cañones
y de la adusta ciencia, nuestras vidas,
gloria podemos ser de las naciones.
 
Pero no en la ignorancia, no oprimidas,
no por hermosas siempre contempladas
sino por buenas ¡ah! siempre queridas.
 
¡Oh madres de otra edad afortunadas
cuán dichosos haréis a vuestros hijos
si en escuela mejor sois enseñadas!
 
No sufrirán por males tan prolijos
como aquellos que ya desde la cuna
tienen en el error los ojos fijos...
 
Mas, Lidia, cuando el mundo por fortuna
tras de su largo llanto y dura guerra,
esa feliz prosperidad reúna
ya estaremos tú y yo bajo la tierra.
 
Badajoz, 1845

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