Carolina Coronado

A Ángela

Ángela, melancólica mi alma
hacia tus brazos encamina el vuelo
ansiosa de encontrar en ellos calma.
 
Que, siempre son los ángeles del cielo
ésos que nos arrullan blandamente
y nos prestan reposo y dan consuelo.
 
Tú tienes una voz que el ruido miente
de las sencillas tórtolas, y el eco
del murmurar tranquilo de la fuente,
 
Y aunque en el pecho de inocencia seco
no halle lugar tan cándido sonido
halla en el mío dilatado hueco.
 
Si, yo mi juventud no he consumido,
conservo la ilusión y el sentimiento
y aun puedo al tierno amor prestar oído:
 
Ora célebre amor tu tierno acento,
ora te duelas dél, siempre te escucha
mi enternecido corazón atento.
 
Y si en el siglo de ambición y lucha
consuelo mutuamente no nos damos
de nuestras almas a la pena mucha,
 
Ángela, ¿con el llanto a dónde vamos?
¿Hacia dónde el amor sencillo y bello
de nuestra musa juvenil llevamos?
 
De rosas y jazmines el cabello
te puedo coronar, sino ambiciosa
por ceñir el laurel doblas el cuello:
 
Yo quiero consagrar mi edad penosa
a celebrar las cándidas doncellas
que sólo en su amistad mi alma reposa;
 
Entusiasmo y virtud encuentro en ellas
y en sus arpas dulcísimas y santas
el consuelo y la paz de mis querellas.
 
Por eso vuelo a ti, que tierna cantas
a Dios ya los amores de mi vida
raudal perpetuo de emociones tantas.
 
Por eso ya sintiéndome abatida
el alma hacia tus brazos encamino
porque en ellos la des bella acogida.
 
Más precio yo tu arrullo peregrino
que de las trompas bélicas los sones
donde horribles batallas imagino,
 
Más precio yo, doncella, tus canciones
que los oscuros libros de la historia
donde jamás hallé sino borrones;
 
Más precio de amistad la suave gloria,
más de mis compañeros la sonrisa
que del mayor guerrero la victoria.
 
De dos en dos, las tórtolas, poetisa,
cantan sobre los rudos encinares
mecidas en sus ramas por la brisa:
 
Así das tú compaña a mis pesares
aliento a un pecho lánguido infundiendo
con el celeste ardor de tus cantares...
 
Ya no sufro; mis párpados cayendo
a tu benigno influjo, dulce amiga,
poco a poco y mi espíritu adurmiendo
en tus brazos se van... ¡Dios te bendiga!
 
Ermita de Bótoa, 1846

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