Carolina Coronado

La fe loca

Y en tanto que la turba descreída
se mofa de lo bello y de lo santo,
Mi loca fe, mi fanatismo es tanto,
que de error en error desvanecida
tomo por bella flor la hoja caída,
por diamante pulido el rudo canto,
y el lejano silbar de las serpientes
por tonos de gargantas inocentes.
 
No hay campiña por árida y por fría,
no hay montaña por agria y por salvaje
que no muestre un bellísimo paisaje
a la luz de mi extraña fantasía;
la inmunda tela que la araña cría,
el agua del pantano entre el celaje
miradas por mis ojos a lo lejos,
me parecieron cándidos espejos.
 
Virtudes hallo donde ven delitos,
inocencia y bondad donde hay maldades,
de ángeles bellos pueblos las ciudades,
que habitados están por los precitos
parécenme los buenos infinitos
en toda condición, todas edades:
y es preciso que el vicio toque y vea
para que al fin en el vicio crea.
 
No bien ante mis ojos ha caído
la dorada ilusión de una creencia,
cuando me lanzo con mayor demencia
otra a forjar, y el desengaño olvido;
¡ay! nada de experiencia en mí ha podido:
y así como en la infancia mi existencia
de mentira en mentira vuela errante,
ilusa, necia, crédula, ignorante.
 
Y es gracioso ¡por Dios! ver cómo elevo
culto divino a un ídolo de barro,
que tiene las entrañas de guijarro,
y cuya imagen con ternura llevo:
verdad es que a tocarle no me atrevo,
y se sostiene mi infeliz desbarro
hasta que el falso Dios, que así me trae,
de tan mal amasado, por sí cae.
 
Y es chistoso también (sábelo el cielo)
cuando el ídolo humano se arruina,
de tanta abnegación pura y divina,
de tanto ardiente amor, de tal desvelo
el premio ver que al desplomarse al suelo
aquella creación pálida y mezquina,
me da de oscuro polvo en pago justo,
de dar a un barro vil un culto augusto...
 
Alguna vez un alma tierna y buena,
aunque es mi suerte por demás aciaga,
¡ah! vino a iluminar con dicha vaga
el bosque de la triste Filomena:
pero sólo duró una luna llena,
y si bella ilusión aún me embriaga,
si espero algún placer, si en algo fío,
es no más por mi loco desvarío.
 
Donde los otros ven odio y encono,
el brillo de amistad a mí me encanta,
cada doncella imaginé una santa.
Y de cariño fiel las alcé un trono:
pagóme la mejor con abandono,
mas, rechazando su perfidia tanta,
por la dulce amistad sueño y deliro.
Como por fiel amor canto y suspiro.
 
La ilusión de la gloria es también mía,
nadie escucha a la oscura Filomena,
alzo la corta voz con larga pena,
y morirá conmigo mi poesía;
pero el amor de gloria me extasía:
De loca fe mi corazón se llena,
y aunque mi voz el viento rechazara,
contra los vientos sin cesar cantara.
 
No soy feliz —la plácida ventura
más que en mi corazón, está en la mente:
y aun pienso que he llorado amargamente
harto más que debiera un alma pura;
pero mi loca fe dichas me augura
que burla el porvenir constantemente,
y que eternas también se reproducen,
pues al par que unas cesan, otras lucen.
 
Es bueno Dios; pero a mi triste ruego
jamás detuvo su inflexible fallo:
ni me consuela, aunque paciente callo,
ni me serena aunque en llorar me ciego:
mas con ardiente fe a rogarle llego:
dondequiera que estoy en mí le hallo:
y aunque merezca premio por ser buena,
justo le llamaré si me condena.
 
También he sido amante de la luna
y tuve en los luceros amoríos:
y a mi bello ideal busqué en los ríos,
y he cifrado en las flores mi fortuna...
Amante como yo no hubo ninguna:
ninguna tuvo iguales desvaríos,
ni en loca fe jamás ninguna amante
ha sido a mis locuras semejante...
 
¡Inmensa confusión! ¡El mundo, el cielo,
la religión, la gloria, la poesía,
el amor, la amistad!... El alma mía
jamás reposa en su incesante vuelo;—
paso del entusiasmo al desconsuelo,
del agudo pesar a la alegría...
soy mucho para ser del hombre loco;
y para ser de Dios ¡ay! soy muy poco.
 
¿Qué soy sino una pobre enredadera,
que en el oscuro patio emparedada,
huye la sombra de que está cercada,
su cabeza elevando hacia la esfera?
Pero el rayo del sol, por más que quiera,
no baña su raíz al suelo atada—
huyo el pesar del mundo: aspiro al cielo;
pero el bien celestial no baja al suelo.
 
¿Qué soy sino una pobre enredadera
que buscando en la tierra amigos lazos,
tiende amorosa sus lozanos brazos
a la vecina planta compañera;
y porque al bronco espino los tendiera,
sus frescas hojas rompe en mil pedazos?...
Busco apoyo en las tiernas emociones,
y hallo tan sólo ingratos corazones.
 
¡Reíd los que cantáis la fe perdida!,
que ¡vive Dios! a resolver no oso
si es tal vez despreciar diamante hermoso
más necio que estimar piedra fingida;
si es más risible consumir su vida
por un ser ideal y artificioso
que perder por malicia o incerteza
del verdadero amante la terneza.
 
Y de los dos ridículos empeños,
de entrambas caprichosas necedades—,
ignoro si dudar de las verdades
es más locura que creer en sueños.
No sé si adorar cantos berroqueños,
flores, astros y ríos, cual deidades,
es pecado menor que el culto justo
negar al solo Dios digno y augusto.
 
Imaginad una ilusión florida:
fundad en ella un porvenir risueño,
sacrificadle la salud y el sueño,
rendidle el alma, el corazón, la vida...
y cuando más celosa y embebida,
y exaltada la améis con más empeño,
la finja más hermosa vuestra mente,
vedla desvanecerse de repente...
 
¡Ay! como entonces vuestra fe perdida,
incrédulos mancebos, envidiando,
las largas noches las pasé llorando,
de esta mi loca fe ya arrepentida;
pero a nadie culpé: de cada herida,
que en mi entusiasmo joven voy ahondando,
es cómplice no más la fantasía
que me deslumbra, ciega y extravía.
 
Defiendo, sí, mis bellas ilusiones,
las defiendo atrevida y arrogante,
y desbarato cuantas veo delante
del mundo injustas, ásperas razones...
¡batalla desigual! con mis blasones
escapo al fin, pero jamás triunfante:
¡harto fue el escapar siempre inocente,
siempre noble adalid, siempre valiente!
 
Vivamos ¡ay! vosotros blasfemando,
yo en cambio de vosotros bendiciendo:
vosotros, sin razón, siempre dudando,
yo también, sin razón, siempre creyendo:
vosotros a los buenos lastimando,
yo por los malos sin cesar sufriendo:
de odio vosotros abrevado el pecho,
y de tierna pasión, el mío deshecho.
 
Todos seremos ¡ay! muy desgraciados;
vosotros por dureza y egoísmo
solos, sin salvación, precipitados
iréis a dar del tedio en el abismo;
y mis nobles instintos fatigados,
rendida de mi inútil heroísmo,
del juicio, en mi fe loca, sin la guía
vendré a dar en mortal melancolía.
 
¡Dichosa el alma que lo cierto adora,
y en recompensa de su fe inmutable
tiene seguro el bien de cada hora,
su vida consagrando a lo adorable;
allí no hoy loca fe ni engañadora
duda cruel ni el desencanto es dable.
¡Oh fe de eternal sabiduría
tú sola eres el bien, tú la alegría!
 
Badajoz, 1846

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