...Y me prometió que no volvería a fallarme jamás,
mencionó cuánto le gustaría cumplir sueños juntos,
consideró que fuéramos suficientes el uno para el otro;
¡Al demonio las discusiones!,
detenernos a tiempo, justo antes de explotar de encono
y con pensamientos de que no podemos estar juntos más...
Pero había algo que no encendía,
no era la lampara luciendo extraña,
mucho menos la alevosía
de seguir haciéndonos más daño todavía;
era el amor muriendo irreparable
de fulminante cáncer de infidelidades,
de celos, de miedo, de egoísmo y abusos;
del recelo de la vida mal crecida
desde ayeres inocentes, antes de ser nosotros.
Me prometió lo mismo que prometí yo
un par de inviernos antes,
su mirada hacia mí era la misma en la que le creí,
pero hoy, ahora, no le creía más;
dejé de amarla por fin,
supongo, más lo que es cierto
dejé de latir por su guarda, y la culpa
no dejó huella más en mí, no se ancló en ella,
se expandió como abismo sobre lo que fuimos,
lo que somos y lo que, seguramente, no seremos más.
Pues donde el amor muere, se seca el alma.
Se trastornó la mente por lágrimas desoladas,
por odios, rencores, decepciones y hambres de venganza
que no admitimos;
que cínicamente vestimos de “te amos”
que gangrenaron los sentimientos genuinos
de un tiempo perdido sin retorno
y apuñalaron nuestra espalda.