Bajó el asirio como el lobo hambriento:
oro y púrpura lucen sus pendones:
sus lanzas son como astros que sin cuento
brillan en los celestes artesones.
Como brota las hojas primavera
así la hueste por la tarde crece:
como la riega otoño en la pradera
así por la mañana desaparece.
Sus alas bate el ángel de la muerte,
sopla al pasar el rostro al enemigo;
no se alza más su corazón inerte,
no dan sus ojos a la luz abrigo.
Yace el corcel con la nariz al viento;
mas el aire no aspira ya orgullosa,
cubre la espuma el pecho sin aliento
cual cubre fría la ribera undosa.
Yace el jinete pálido y tendido,
el rocío en su frente yerta, oscura:
sólo el pendón, las trompas sin sonido,
la lanza en tierra, rota la armadura.
Lloran sus viudas con dolor impío:
que, sin herirlo vengadora espada,
de Baal y de Asur el poderío
hendióse del Señor a una mirada.