Adorable avecilla de mi amada,
que alegre se divierte en su regazo,
saltando de su pecho hasta su brazo
y a las manos volviendo a su llamada.
Mordisqueando sus dedos enfadada,
si sabe que de amor le tiende lazo
al mancebo que llora su fracaso,
cuando mira su suerte infortunada.
¡Quién como tú, pudiera, ave del campo,
descubrirle el secreto a su hermosura!
¡Quién, transitar, pudiera por el lampo
que de sus ojos viaja a la dulzura!.
¡Quién a la exquisitez de su ternura,
que erradique las zarzas del acampo ¡.