Aurelia Castillo

Carta a Julián del Casal: Guanabacoa, 3 mayo 1892.

Guanabacoa, 3 mayo 1892

Sr. D. Julián del Casal
Mi querido amigo:

Deploro en este instante mi carencia absoluta de aptitudes para la crítica literaria, porque me gustaría mucho poder analizar a conciencia sus brillantes flores de nieve, señalar uno a uno los primores que encierran –empeño deleitoso que, por largo y delicado, no llegaría a cansarme–, indicar los puntos que me parece ganarían con ligeras correcciones que Ud. hiciese –tarea que no me llevaría diez minutos–; y tomando pretexto de su libro, pasaría a estudiar la escuela poética que Ud. inicia entre nosotros, y por último al poeta, a Ud. mismo, estudio difícil sobre toda ponderación, porque ya con palabras suyas le he llamado otra vez: Ser solitario como la aurora – Ser misterioso como la nieve, y todos los que le conocen a Ud. convienen conmigo, cuando a sus espaldas le cortamos un sayo, en que tiene Ud. mucho de excepcional y digno de estudio. ¡Escudriñar su cerebro y su corazón! ¡Cuántas sorpresas proporcionaría esto! Sería como internarse en país alpestre. Ya nos quedaríamos extasiados ante eminencias de seductoras líneas y llenas de colores, ya sobrecogidos al sentir que nos faltaba donde afirmarnos porque abismos profundos nos hacían el vacío al paso.

Pero ya que no pueda razonar mi opinión acerca de su libro, ni descubrir y demostrar cómo piensa y cómo siente Ud., rindiéndole público testimonio de admiración y simpatía, que una carta confidencial le lleve por lo menos mis aplausos, la ingenua expresión de mi pensamiento, en el que se levantan algunas objeciones junto al más sincero entusiasmo. Pero ¿no será ingratitud de parte mía someter a juicio al amigo que para mí no tuvo más que elogios apasionados? No, esta consideración no me detendrá. Las circunstancias difieren en absoluto. ¿A qué conduciría señalar errores a escritor que ya concluye y de cuya mediocridad en tiempo alguno fue dable esperar grandes cosas? Pero cuando se habla a un joven en cuyas obras se han descubierto veneros infinitos de imaginación artística, de fuerza creadora y tan maravilloso manejo de la rima, que parece danza de palabras en la que cada cual viene gozosa y ligera a ocupar el sitio preciso en el instante exacto marcado por mágico instrumental a que el poeta da sonoridades desconocidas, entonces los elogios casi están demás: le suben en murmullo de la multitud entera, que le aclama, que le discute, que le ataca y le defiende; pero que le lee, que no puede pasar su nombre por alto, que busca en cada arpegio que brota la emoción de una novedad. Lo que hace falta a ese poeta es la voz amiga que vaya a buscarle en la intimidad y le diga: Oye mis alabanzas y oye también las observaciones con que las atenúo. Las voces de los que disputan sobre ti llegarán a tus oídos atormentándolos con estruendosa exageración como devueltas por el eco de extensa cripta. La mía se insinuará como el dulce eco del abra yumurina: fiel y sin asperezas.

Nieve, libro publicado antes a retazos, según iba cristalizando en la región etérea del ideal, no sufre lo más mínimo por esta desventajosa circunstancia. La obra sale triunfante de esa prueba. Si bellas parecieron sus partes cuando las veíamos surgir día tras día, como sueltos pétalos de una flor; hoy encajados estos en su engarce natural, adquieren hermosura más completa, viniendo los pequeños y los grandes, los de forma perfecta y los irregularmente recortados, los que se encaracolan tersos, fuertes y nacarados y los que se fruncen y repliegan como encendidos grumos, a formar un todo harmónico y encantador. Los pasajes que más han gustado antes suenan de nuevo en el oído como favoritos trozos de música, cuya melodía va gustando más y más a medida que se repite; la imagen esplendorosa se presiente cuando ya está próxima, y se ve con alegría que no falta a la cita, que ha salido íntegra de la última prueba, del último retoque. Cuando aparece alterada, lo primero que se experimenta es una sensación de pesar, de temor: la mutilación de la obra artística mutila nuestra emoción. Viene después la curiosidad de inquirir por qué se ha hecho la variante y cómo se ha hecho. El apego a lo conocido y admirado con anterioridad nos previene en contra, y es una buena victoria del artista si nos seduce y nos convence, como lo hace Ud. en distintas ocasiones.

El libro entero ha tenido una muy cumplida victoria sobre mi espíritu. Porque ha de saber Ud., amigo mío, que yo estaba así, como enojada con Ud. Parecíame que me había defraudado, que me había despojado de algo que ya me pertenecía. Este algo era mi admiración casi sin reservas, mi confiado entusiasmo por sus versos y su prosa. Y aun más que eso. Todos somos copartícipes por derecho propio en una gloria nacional, y el que la lleva vinculada en su persona, nos parece obligado a mantenerla en toda su integridad. Ahora bien, el cuerpo del delito está en La Habana Literaria y se llama Joris Karl Huysmans. Después de haber leído ese escrito no he hablado con Ud. Yo le hubiera dicho con la franqueza a que me obligan el afecto y la convicción de que es Ud. una gloria de Cuba, que ese autor le ha hechizado con artes maléficas; que leer sus libros (no los conozco sino es por lo que Ud. dice de ellos) no equivale en mi concepto a recibir una ducha de ideas sanas y elevadas, sino más bien a sumergirse en una de aquellas lagunas romanas de triste celebridad. Perdone, Casal; pero a mí me parece indudable que Ud. salió de esa lectura con una malaria en el alma que le mareaba, fingiéndole ronda dantesca de espectros más atroces, si cabe, que aquellos tan admirablemente animados por Ud. en Horridum somnium, la soberbia composición con que cierra su libro. Le juro a Ud. que haría con su biblioteca lo que con la de D. Quijote hizo el discreto Cura, y dudo mucho que de la quema escapase algún volumen.

Usted se reirá de esto (si no es que se enfada) y me dirá: Pues si tanto le gustan mis versos ¿cómo condena mis procedimientos? Buenas serán las aguas con que riego mi cerebro cuando produzco esas flores con que triunfo en toda la línea. Niego, niego en absoluto, y le contestaría a Ud. como Voltaire a los que le arguían en pro de la religión católica con los progresos realizados desde Cristo a nuestros días. Esas bellezas poéticas no las produce Ud. por las influencias que recibe de cierta literatura francesa, sino a pesar de ellas; porque la naturaleza le ha dotado a Ud. abundosamente para producirlas. Todo lo hermoso que hay en sus obras procede de Ud.; algún verso, alguna frase, algún período que yo tacharía con lápiz rojo, eso no es de Ud.; eso es el contagio, eso es lo enfermizo, eso es el extravío, el tributo a la moda que pasará. Lo permanente que le consagra a Ud. poeta y le señala lugar de etapa en nuestro parnaso, es exclusivamente suyo.

Usted sabe que los Cromos españoles habían elevado mi entusiasmo a un grado máximo. Ni asomos hay en ellos del mal de época. La poesía moderna aparece allí sin sus afeites, sin la falta de espontaneidad, que es quizá su defecto capital, y con todas sus gracias pictóricas y todos los ápices del estilo. Casal está salvado, dije yo: estos tres sonetos serán gala de toda antología castellana. ¿Cuál es más bello? El último que se lee La Maja y El Fraile superan quizás al Torero, y para hacer pendant con el cuadro en que vibra aquella mujer, toda fuego y seducción, escogería yo, antes que el de su compañero natural en la vida, el del fraile bonachón, cuyos ensueños mejores consisten en forjar en su mente cestas de provisiones, pues la harmonía por contraste parece que añade a la una provocación y ligereza, al otro prosaísmo y mansedumbre. En estos arrobos estaba yo cuando vino Joris Karl Huysmans a ponerme sombría y disgustada, haciéndome desconfiar de todo. Pero llegó el libro a su vez, y según avanzaba en los Bocetos antiguos, iba olvidando aquella pesadilla; la admiración me reconquistaba por grados. ¡Magnífico!¡Magnífico! murmuraba rendida a cada nuevo lienzo del museo ideal. ¡Miltoniano! decía leyendo la Apoteosis de Gustavo Moreau. Los Marfiles viejos continuaron el encanto: ellos han dado su nombre al poeta; y al llegar a La gruta del ensueño, parecióme que mis rodillas tocaban el suelo... ¿Por ser baja la entrada? No lo sé, pero lo que sí aseguro es que el deslumbramiento fue completo... ¡Cuántas maravillas encontré allí! Retratos de hermosuras desconocidas, exquisitos Camafeos, contrastes de luz y sombras, extrañas Flores nacidas en un corazón y sorprendentes Flores de éter, Kakemonos incomparables, soberbios leones en agreste panorama, gráficos Paisajes de verano... y en medio de todo, fantástica, divina, triste y soñadora, con mirada de brillos astrales, la hada de la gruta, la que ha operado todos los milagros, La reina de la sombra, la musa de Casal, la que le hace mostrarse tal cual es, cuando exclama en arranque de verdadero lirismo, de verdadero poeta, sin acordarse para nada del decandentismo ni de cosa alguna convencional y pegadiza:

    ¡Cómo al verla, reinando en la sombra,
    Donde solo en vivir se complace,
    Se despierta en mi mente nublada
    De los sueños el vívido enjambre!
    ¡Cómo agita mis nervios dormidos
    Disipando mis tedios mortales!
    ¡Cuántas cosas me dice en silencio!
    ¡Qué dulzura en mi ánimo esparce!
    ¡Cuántas penas del mundo me lleva!
    ¡Cuántas dichas del cielo me trae!
    Esa diosa es mi musa adorada,
    La que inspira mis cantos fugaces,
    Donde sangran mis viejas heridas
    Y sollozan mis nuevos pesares.
    Ora muestre su rostro de virgen
    O su torso de extraña bacante,
    Yo con ella sereno y gozoso,
    Mientras venga en la sombra a mirarme
    Cruzaré los desiertos terrestres
    Sin que nunca mi paso desmaye,
    Ya me lleve por senda de rosas,
    Ya me interne entre abrojos punzantes.

Sin que nunca mi paso desmaye. Así, amigo mío, así habla un poeta. La frente alta, el cuerpo erguido, el ánimo pronto a la lucha. Los privilegios no se reciben gratuitamente. Como los candeleros de plata de Monseñor Bienvenido, son ellos precio de almas. Los ojos del poeta están dispuestos para mirar al porvenir; su voz puede ser heraldo de grandes cosas; la fascinación que ejerce puede ser generadora de epopeyas en acción. Quédese para la mujer de Lot el mirar constantemente hacia atrás. El poeta no puede ser estatua. Es un ser eminentemente eléctrico. Su mirada debe abarcarlo todo. Fíjese investigadora y meditabunda en las ruinas de lo que fue, fulgurante y atrevida en el torbellino de lo que es, beatífica y confiada en los esplendores que sólo a ella es dado contemplar de lo que está por venir.

Llena de temores le mando a Ud. esta carta. Oh, que no pierda yo su amistad por ser la mía demasiado entrañable y sincera. No estaré tranquila hasta que sepa que no le han herido mis oficiosas observaciones, que no ha encontrado veneno en mi lápiz rojo. ¿Ni quién osaría verter ponzoña en alma como la suya? La única persona que se atreve a veces contra ella calumniándola es Ud. mismo. Todos los demás reconocemos que es de naturaleza delicada y por eso estimamos al poeta a par que le admiramos, y entre los primeros que por Ud. sienten así, cuente siempre a su amiga

Aurelia Castillo de González

S/C., Barreto 62

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