I
Vistió mi juventud oro y brocado.
En su copa de púrpura embozada,
la mano sobre el pomo cincelado
de su sutil y florentina espada,
la blanca pluma del chambergo al viento,
al luar de las noches estivales
bajo la esbelta ojiva de un convento
mustió sus primeros madrigales.
Y hubo una faz seráfica y radiosa
que tras la floreada vidriera
le escuchaba llorando silenciosa.
Y hubo una escala lírica tejida
con hilos de la rubia cabellera
ante las plantas de Jesús caída.
II
Sobre el jardín deshoja el mediodía
su guirnalda de púrpura y de oro,
mientras eleva el surtidor sonoro
sus penachos de viva pedrería.
Fermenta el aire la embriaguez del vino.
Entre los labios la palabra muere
de pereza, y al sol el nardo adquiere
un acre olor a sexo femenino.
Arde el jardín en la estival hoguera
y en su gran pebetero se consume
todo el aroma de la Primavera.
Y en su jardín de carne solitario
quema en él la Vida su perfume
como en las brazas de un gran incensario.
III
¡Alma, que vienes a mis reinos, llega
desnuda de cualquier mortal empeño,
y en holocausto de mi amor entrega
el virginal perfume de tu ensueño!
Vendrás a mis alcázares de oro
por los largos caminos visionarios.
Te conduce una estrella, y un tesoro
de gemas portas en tus dromedarios.
Mi lámpara encendí, pero aún no miro
fulgir el aureo velo que te viste
en medio de las sombras nocturnales.
Mas ya en las brisas del jardín aspiro
el perfume de nardos con que ungiste
tu cuerpo para nuestros esponsales.
IV
Cuando tiendo mis brazos a tu cuello