No sé decir una fecha exacta donde comenzó todo, no lo noté. Es como esos virus que se adquieren en un momento y muestran síntomas semanas después. Poco a poco vi como se me iba de las manos y se desmoronaba ante mis ojos sin yo poder levantarla. Su sonrisa antes me era tan fácil causarla, hoy ruego por ver por lo menos un bosquejo de lo que era en su rostro. Comenzó llorando por nada, hoy ya no llora, solo se desploma y se queda en silencio como si fuera cautiva dentro de su cuerpo.

Ya no me habla, no me dice que siente, no sé cómo ayudarla. No sabe que día es, no sale de la cama, ya no mira la luna de la ventana. De noche da vueltas por toda la casa, apuña sus manos, pero no me habla.

Quería pensar que era hormonal y que se iría pronto, un mal momento, eso era todo. Pero como enfermedad crónica, pasaban los meses y lejos de sanarse pasaba a fase terminal; todo estaba bien en ella, su pulso, su respiración, el problema era ¿Qué sucedía dentro de ella? Ese espacio que los médicos ya no tocan.

Un día fue la mujer más feliz de la tierra que bailaba descalza ante los problemas y hoy ya no queda ni la sombra. Me evade la mirada, se safa de mis brazos. Solo quiero que me hable, que me diga que hago, si quiere más tiempo o renuncio a mi trabajo, tengo miedo de regresar y ya no poder despertarla.

Quiero que me explique qué sucede, que le duele, que le preocupa, así sea la cosa más pequeña lo que le acongoje prometo lo resolveremos como si no hubiera otra cosa que más importe.

Pero que me hable, que me siento como un fantasma en la habitación donde mi voz ya no se hace presente, ya no viaja por el viento, ya no lleva a ningún lado, le he recitado los veinte poemas de Neruda junto con la canción desesperada, y ella no voltea, no existo, o ella va dejando de existir.

Ella cree que si no me dice nada, no me será una carga, pero mi amor ¡Como voy a vivir si se me apaga la luna entre las manos!