Armando Uribe Arce

El fuego de su memoria

autobiografía

(...) Cinco años. Las iglesias. Desde muy temprano, me llevaron a misa. Incluso podría decir que entre los primeros versos que oí estaban los cantos de la misa. Y sobre todo el latín, en voz alta, del cura y el monaguillo. Las campanillas.
... Me interesó ese idioma que yo no entendía, salvo algunas palabras que se parecían al castellano. Me interesó desde entonces y hasta ahora, a pesar de que nunca aprendí de veras el latín. Entiendo, con el tiempo, un latín de sacristía y después, cuando estudié en la universidad, los latinazgos del Derecho y no mucho más. Sin embargo me he permitido, con ayuda de traducciones a otras lenguas, en el curso de muchísimos años, traducir frases breves del latín, la primera de las cuales creo que fue ese resumido epigrama de Catulo: “Amo y Odio. Dirás: cómo es posible. No sé. Yo te amo y te odio”.
... Y también una tentación constante, a la cual cedo desde que tenía veinte años, o tal vez antes, que consiste en incluir algunas frases, las más sencillas, en latín, dentro de versos y poemas que he escrito. Eso aparece ya en mis primeros poemas. Las frases que yo había oído. Las frases que yo sabía qué es lo que decían por el contexto, y ese contexto era principalmente la brevedad. Era el del latín de Iglesia, de misa, de ceremonia.
... Cuando hubo, mucho más tarde, por el Concilio Vaticano II, el reemplazo del latín por la lengua vernácula, castellano - oí también misa en inglés, en francés, en italiano–, me molestó esto de que cesara el latín en lo religioso y me sigue molestando.
... El misterio del latín es parte de la religión que una persona, nacida el año 1933, conserva como un tesoro, incluso la ambigüedad del latín para quien no entiende latín. Los malentendidos creadores que, en mi caso, se producían con esa lengua extranjera, usándola de intento mal.

(...) Hablé de las iglesias y ahora hablemos de los biógrafos. Así se les dijeron, en mi casa, a esas salas donde había películas. “Vayamos al teatro” se decía, aunque daban películas. Estoy seguro de no haber ido al teatro propiamente tal, con personas de carne y hueso en un escenario, a esa edad de cinco años. Pero ya había conocido las películas, empezando por las mudas y hasta el día de hoy, para mí, las verdaderas deberían ser mudas; con algunas letras de cuando en cuando, con alguna música. Sólo después de los cinco años supe de películas habladas.(...)
... No es que haya aprendido, en el biógrafo, palabras, porque eran películas mudas y otras eran en otra lengua, en inglés, pero claro que distinguí el inglés del castellano como ya desde antes había distinguido el latín del castellano. No recuerdo haber asimilado palabras viendo películas, ni que me hayan influido las palabras de las películas en lo que he hecho como literatura. En cuanto a las escenas de las películas de Carlitos Chaplin, claro que me influyeron a fondo y hasta el día de hoy. (...)

Como era el mayor y el único hombre, se fue sabiendo después, en la medida del nacimiento de las hermanas, que yo era el más importante de la casa, para mi madre y también para mi padre. A pesar de que en un momento pensé que mi padre prefería a alguna otra de mis hermanas. Pero eso fue un momento.
... Entre los regalos de cumpleaños dejemos de lado los globos, a pesar de que son tan importantes porque crecen y se desinflan; y porque llenos de aire, si se les clava una aguja o un alfiler, estallan y hacen ruido, meten miedo.
... A regalos más contundentes pasé. Cuando tenía no sé qué edad, tal vez tres o cuatro años, me regalaron una pistola. Creo que fue la primera pistola que tuve, pero que no disparaba nada, o lo disparaba todo, porque si se apretaba el gatillo y se dejaba apretado, en la pared blanca de la pieza obscura, se veía una película de Chaplin. Y esa pistola que daba películas, fue para mí absolutamente esencial. Pero, como todas las cosas esenciales, la perdí o se desarmó, o no funcionó y salió luego de mis manos.
... Supe así de las pérdidas, como saben los niños de las carencias y de las pérdidas desde el nacimiento mismo. (...)

Me molestaban los meccanos, como me molestaban los juegos en que había que contar números, pero esos son juegos de los cinco años de edad en adelante. Me molestaban también los puzzles, por esa exigencia de llenarlo todo con forma adecuada hasta que se cierra el rectángulo o el cuadrado. Me parecían imposiciones de la gente grande a los niños. Y me siguen pareciendo tal, hasta el día de ahora, los puzzles. Todavía peores son las palabras cruzadas.
(...) Los monos de la baraja española me interesaban como dije. Mucho menos los de la baraja inglesa o del naipe inglés. Pero yo he tenido siempre una distancia hacia este juego porque desencadena obsesiones y como consecuencia, para defenderme de esas obsesiones, se producen fobias.
... Eso también se puede aplicar hasta el juego de damas, y por cierto más tardíamente el juego de ajedrez. También a los juegos de ruleta u otros, o al juego tan conocido en esos años, 30 o 40, del Metrópolis, con toda esa carga que tiene además de avaricia y de ganar plata que también me repugnaba, porque le oía a mis padres y a mi abuelo decir la “cochina plata” o hablar de los negocios, las ventas y compras como feas. Como cosas de mostrador, cosas de comercio. Que culturalmente en mi familia, siguiendo principios que uno puede colocar en el medioevo cristiano, no debe, la gente decente, por ningún motivo, hacer comercio, ni mucho menos detrás de un mostrador.
... ¡Por ningún motivo! Prohibición absoluta. Si se hace, uno se degrada. Es feo. Y lo otro que es feo,– y eso es más antiguo todavía que el rechazo al comercio– la prohibición, como inaceptable para gente decente, (que es la expresión que yo oía, junto con caballero, sin duda: “no es cosa de caballero”, “no es cosa de gente decente”), el subir a las tablas, el exhibirse.
... Cosa que me hace anacrónico (y antipático) hasta el día de hoy, cuando me río de las bataclanas y los que llamo bataclanes, todo aquel que se sube a un estrado, a un escenario, a las tablas para representar personas ficticias, y distintas personas. Eso siempre me ha repugnado. (...)

Nací en Cumming esquina de Santo Domingo. En una casa que, cuando he pasado por ahí, todavía existe. Era una casa de dos pisos y yo nací en el segundo piso, entendiendo que el primero en Chile es la planta baja. Y tengo un texto que se refiere a eso. Se trata de un texto de cuatro líneas, publicado en el libro Los obstáculos, que fue escrito a los ventitrés años y publicado en Madrid, en la colección Adonais el año 1961, y dice. "Yo no provengo de agriculturas / ni de coronas de margaritas,/ soy nacido en sábana blanca / y destetado en pieza oscura".

(...)La verdad es que en esa época era mal visto que los niños no nacieran en la propia casa, donde iba la matrona y también un doctor si era necesario. El doctor que seguía el embarazo de la madre.
... En mi caso fue sólo una matrona, según me dijeron después, que había ayudado a mi nacimiento. Y sin duda, sobre una sábana blanca. Así como más tarde, después de haber mamado durante meses (...) muchos meses en mi caso, habría sido destetado en una pieza oscura.
... Me doy cuenta que estoy de tal manera quedándome en los primeros años, que casi me asemejo al autor de esa novela del siglo XVIII, inglés, que conocí en la adolescencia, Tristram Shandy, la cual comienza incluso antes del nacimiento, con el engendrado, concebido dentro del vientre de la madre. Esta novela de Sterne, con todas sus experimentaciones y trucos, la leí con una cierta resistencia por el hecho de introducirse dentro del vientre de la propia madre de Tristram Shandy, de modo que le tengo distancia a ese libro, a pesar de que reconozco su importancia.
... He dicho cómo fui sabiendo de lenguas distintas del castellano, lenguas distintas de mi propia lengua. Siempre se le decía a la propia, castellano y nunca español. De Castilla. De donde se fue sabiendo que se venía. La verdad es que se fue sabiendo que se venía de distintas partes de España.
... Sólo mucho más tarde supe por genealogía, hecha por un hijo mío, que también yo, como mi mujer, tenemos algunos antepasados indígenas en Chile. Mujeres en realidad, del siglo XVI. Seis o siete y en que coinciden varios de los antepasados de mi mujer con los míos. Son los mismos. Pero se entendía que éramos gente decente. Se entendía que el padre era un caballero. Que el abuelo también. Que el tío hombre por el lado materno también, y que los tíos por el lado paterno eran todos caballeros. Pero no se usaba tanto la palabra. En cambio “gente decente” sí.
... De esa manera, no de otra, se fue entendiendo que había diferencias en Chile. Y que uno las notaba en el color de la piel, el cutis, la forma de la cara, las quiscas en el pelo, en el caso de la gente pobre. A pesar de que yo tenía un remolino, en la parte de atrás de la cabeza, difícil de peinar, pero eso no eran quiscas, era un remolino colocado en la mollera.

(...) El nombre de Gabriela Mistral lo oí desde muy temprano. Y en los libros de colegio, del Kindergarden ya, aparecían algunos versos de la Gabriela Mistral, para niños en general, que había que aprenderse en algunos casos de memoria, junto con otras poesías que se aprendían de memoria para recitarlas. Pero claro que en mi caso no se hacía eso de “que el niño recite”. Si alguna vez me hubiesen dicho, yo habría contestado “Por ningún motivo”. (...)
... Pero versos aprendí, como aprendí rezos, algunos de los cuales en verso. La palabra “Amén” era una palabra sumamente importante. Transformaba todo lo dicho inmediatamente antes, en rezo. Se decía rezo, no oración. La palabra “Amén” era religiosa. Se refería a Dios. Y la verdad es que de Dios supe desde que supe algo. La palabra Jesucristo también. Completa, no Cristo ni Jesús. La Virgen María, muy importante. También se le podía decir a ella “la Virgen”. No precisar Virgen María. El Espíritu Santo era un misterio, era una paloma y estaba en alguna pintura o reproducción en la iglesia. Estaba en el aire entre el Padre y el Hijo, entre Dios y Jesucristo. Pero mucho más difícil de pensar, el Espíritu Santo. Y cuando se preguntaba por qué esta paloma, se le decía al niño de cinco, ya lo vas a saber cuando estudies el catecismo. En realidad no llegué a saberlo bien cuando estudié el catecismo y no lo sé hasta ahora, pero sí le tengo amistad al Espíritu Santo. Dicen que despeja la inteligencia, y que ayuda de muchas maneras, entre el Padre y el Hijo. Después supe, con el catecismo, que era una especie de conversación entre el Padre y el Hijo que se transformaba en persona. Que era Persona. Por cierto, que hubiera Dios significaba que había un Padre de todo, más poderoso que el propio papá. (...)

... Muy importante, junto con la servidumbre, las personas del servicio, las sirvientas, palabra que oí de mi tía media hermana de mi padre. Eran personas muy cercanas que eran criadas en la casa. Creo que después se llamaron empleadas domésticas o empleadas, y ahora han pasado a tener un nombre ridículo. Hacían los servicios. La comida, la limpieza. Pero eran criados en la casa. Y de hecho en casa de las medio hermanas de mi padre y de su hermano menor que era soltero, donde vivían los tres juntos, había varios criados, fuera de otras sirvientas; y las principales eran dos niñitas con distintos apellidos: la Bernardita y la Fresia.
... La Bernardita, la mayor de las dos, murió del pulmón a la edad de doce años, cuando yo tenía alrededor de cinco años, y decían en la casa que mi papá le había puesto un cigarrillo en la boca una vez, y se había atorado y por eso entendí yo se había muerto del pulmón. (...)
... Pero además, en la casa de estas tías había un hombrecito, también criado que era cojo y muy pequeño, a pesar de ser mayor que las niñas, y se llamaba José Jara. Este hombrecito vivía en la casa. No era sirviente propiamente, sino un hombrecito que estaba en la casa. En esa época de mis cinco años él no trabajaba. Después sí que trabajó en otra parte con la ayuda de mi padre. Entró de ascensorista al Ministerio de Relaciones Exteriores y tuvo cierta celebridad, por sus dones verbales y por su gran zapato, muy gruesa la suela y el taco, y cojeaba de una manera ostensible y ostentosa.
(...) Este Jarito, tenía algunas historias que contar y había algunas historias sobre él. Como por ejemplo cuando hubo un temblor muy grande, un gato se agarró maullando de las cortinas de la casa de mis tías, y él entró desesperado a la pieza de comedor, y en ese comedor había una gran mesa y sillas antiguas, de las que habían quedado en la casa de mis tías como restos de la fortuna de su cuñado, muerto. Es lo único que le dejaron en realidad. Eso y un saloncito con muebles antiguos. Y también había un gran trinche, donde se guardaba sobre una cubierta de mármol platos y enseguida detrás había unas vidrieras con tablas barnizadas donde se ponía, por ejemplo, el queso dentro de una quesera de cristal, las alcuzas y otros objetos. Para nosotros quedaba muy alta la cubierta y también la parte de cristal. Para Jarito también, porque era poco más grande que nosotros, un enano. Pero cuando se produjo ese temblor, no se sabe cómo Jarito, de un solo salto, se subió al trinche y después no se podía bajar. ¡Bájenme por favor, bájenme! Clamaba a gritos. Historias como ésta, hay muchas. Fue fundamental en nuestra vida. Era el enano de la casa y actuaba, en cierto modo, como un bufón, cosa que después, fui sabiendo, era curioso vestigio medieval y de la antigüedad. En la casa de una familia, hay un bufón, que naturalmente no es de la familia, pero es criado por ella. Y que dice verdades. Porque Jarito, tenía frases en idioma inventado como Piritutati...
(...) Jarito era la primera versión que vi del hombrecito. Cosa muy importante en Chile y en las familias, la de tener hombrecitos que ayudan, u hombrecitos con los cuales hablar, hombrecitos con los cuales entretenerse. Hombrecitos eran también los que llegaban, con el nombre de gásfiter, a arreglar las cañerías o las llaves de agua o los tapones. (...)

... Mi padre y sus hermanos también siempre tuvieron esa especie de talento especial, muy antiguo, muy arcaico: a saber rodearse de hombrecitos a los cuales se les daba, sea pago, atención, cariño; los cuales, a su vez, servían amables para distintas cosas. Ese verdadero talento, para tener alrededor de sí hombrecitos, yo lo he heredado y ha sido mi caso durante toda mi vida.

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