Bajo los fuegos de fugaces colores
Que iluminan el aire de la noche,
Dame tu mano.
Mira abrirse las palmeras doradas, rojas, verdes;
Caen los frutos azules de la altura;
Rasgan el negro terciopelo
Las estelas de plata...
En tus ojos yo veo el frío ardor,
Artificial y efímero
De los castillos que veloces surgen
Y veloces se extinguen.
Dame tu mano: es todo cuanto tengo
En medio de esta falsa
Riqueza, de esta dádiva
Que fugazmente se otorga y se consume.
Así es todo: organizado y yerto
Brota el amor, crece, se desparrama, se hunde,
Vuelve la oscuridad
En la que, previsto y bien envuelto, yacía.
Nada, nada...
Dame tu mano. Entre los irisados estampidos
Alegres sólo para los alegres,
Se esfuma el corazón, igual que una girándula
Demasiado mojada para arder o dar luz.
En este tornasolado e intrincado bosque
Dame tu mano para que no me pierda.